miércoles, 31 de diciembre de 2008

Al otro lado espera

Estaba tirada en el suelo, en el aparcamiento de un centro comercial a las afueras de Beaumont-du-Périgord.

Ricorée

Beurre

1 l. de lait

Fromage

Café 1 paquet

Huile...

Apenas una pequeña lista de productos que alguien esperaba llevar a casa aquél día y que, seguramente, había sido tirada al suelo una vez que los había comprado.

Saqué mi teléfono y le hice una fotografía.

Hasta en el suelo de asfalto de un lugar tan remoto como éste -pense-, damos con el eco silencioso de nuestros deseos, ninguno de ellos tan pequeño como para no poner siquiera un corazón dibujado en su extremo.

Eso es quizá lo que me gustaría tener presente en mis pensamientos, ahora que estamos ante una nueva puerta a punto de abrirse.

jueves, 11 de diciembre de 2008

MemoriaMix

Mi amigo Guillermo revisa con satisfacción los tacos de bacalao que acaba de comprar. Revuelve curioso la mano por dentro de la bolsa. Acabo de dejarle en la estación, he dado la vuelta, y al pasar frente a él ni me ha visto. Seguramente esté imaginándose ya removiendolos suavemente en la cazuela.

Una señora explica nosequé a su nieto que señala a través de un escaparate. No tengo tiempo de ver de que es la tienda. Le pone la capucha al pequeño. Empieza a gotear sobre la luna de mi coche.

Algo más adelante, una pareja cruza el puente protegida bajo un paraguas. Un hombre mayor se cruza con ellos, y el viento casi le lleva la boina. Eso es: mano sobre ella, e inclina un poco la cabeza hasta pasar el río.

Un grupo de estudiantes. Una chica sola. Más gente con la mirada en los escaparates. Un hombre leyendo el periódico mientras espera al autobús, y una muchedumbre que pasa de un lado a otro. Andamios. Semáforo en rojo. Dos empleados del servicio municipal de limpieza charlan animadamente sin darse cuenta de que uno pasa la escoba por donde ha barrido antes el otro.

Salgo ya de la ciudad. Al fondo, los montes están nevados. Aquí abajo está todo de ese verde que tiene la hierba cuando rebosa agua. Algún caserio que otro. Un pabellón a la derecha y las obras clásicas de la A8. Me salgo a la general.

Serán las dos y cuarto del mediodía. Serán, porque siempre llevo el reloj del coche como cinco minutos adelantado. Tengo hambre. Es hora de parar a comer.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Bron

Hace unas semanas me dispuse a poner algo de orden entre las anotaciones que tenía guardadas sobre las últimas etapas de nuestro Camino de Santiago. La intención, muy buena ella, era la de acabar de una vez por todas con el relato que he ido escribiendo acerca de las cosas que ví, escuché y experimenté durante aquellas jornadas.

Desgraciadamente, uno es muy voluble en lo que a interés se refiere, y si en ese momento estaba decidido a invertir todo mi tiempo libre en finalizar el relato peregrino, faltó que apareciera algo que llamara mi atención, para que la dedicación y la búsqueda tomaran de nuevo otros derroteros.

Me explico.

De entre esa maraña de servilletas de papel, publicidades, algún pedazo de cartulina y hojas de block arrancadas, me encontré con una, anotada apresuradamente, llena de abreviaturas y dispuesta casi en espiral, en la que sobresalía una frase escrita con más fuerza y subrayada para atraer la mirada, que decía:

Autrassei le broum?

Sin leer más, pude recordar que fue en Melide, en un pequeño establecimiento de esos pocos que todavía quedan y que son a la vez cantina, cacharrería, oficina de correos y tienda de alimentación. Apenas estábamos media docena de personas, contando a la dueña, viuda del antiguo cartero del pueblo, a quién habían hecho un pequeño monumento un poco más adelante, por el celo y los años de dedicación que había empleado en servir a su comunidad.

- Sólo él -nos dijo la buena mujer-, algún feriante y los pocos peregrinos que pasaban entonces, traían al pueblo noticias del mundo.

Recuerdo que fuera llovía suavemente, a modo de las cortinas que flamean con la brisa, y que envuelto en el calor de aquella penumbra y de lo que allí se contaba, mis pensamientos volaban lejos, hacía ese sentimiento de trascendencia que ni la más misteriosa de las lenguas sería capaz de traducir a palabras.

Y entonces, descubrí que había vuelto a perder el rumbo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Un mes


Dado que durante las próximas semanas no me va a ser posible hacer otra cosa que visitaros rápidamente, sin tiempo para más, he preferido dejar mi cuaderno de esta manera, cerrado temporalmente, hasta que los diferentes asuntos que ahora me tienen ocupado queden concluídos.

viernes, 24 de octubre de 2008

El profeta y el músico

Dándole vueltas a las aficiones gastronómicas de esa especie de Diógenes bíblico que era Juan Bautista, di con una curiosa anécdota relacionada con uno de los músicos más innovadores del siglo XX: Louis Amstrong. Según se cuenta en ella, gustaba de explicar que su voz era tan grave y cavernosa porque siendo niño su madre le daba para comer sopa a base de cucarachas.

- No había otra cosa, y a todos nos parecía entonces deliciosa -, añadía a la vez que iluminaba su rostro con una amplia sonrisa.

Atrapada mi atención por la anécdota, pasé a pensar en los comienzos del gran Louis, en su maestro “King” Oliver, en la virtuosa y pizpireta Lil Hardin, en Johnny Dodds y Honore Dutrey, y en otros muchos que como ellos supieron sacar de lo más oscuro y miserable del mundo moderno, algo tan hermoso y lleno de vida como es el Jazz. Es posible que la respuesta esté dentro de su propia música, escondida tras la danza de aquellas notas que parecen invitarnos a huir de la realidad.

(Dado que es viernes y tengo el atrevimiento de ponerme a hablar sobre música, va esto a quienes lo hacen este mismo día con mucho más ingenio, derecho y talento. Salud a mis amigos Vere y Herri)


miércoles, 1 de octubre de 2008

Los peces muertos

Todavía no alcanzaba con su nariz al borde de la mesa, y ya corría por el pueblo como si fuera el señor de él: las tapias eran para saltarlas, las fuentes para hacer sifón con ellas y empapar a las pobres vacas que atravesaban el pueblo, y los gallineros para robar huevos y correr delante del gallo antes de que diera con el pico en la cabeza. En la taberna estaba proscrito, y no sólo por ser un niño y además agote, lo estaba también por entrar en ella como el rayo y beberse todos los culos de vaso que alcanzaba en su relampagueante paso. Al verle entrar, todos los parroquianos agarraban con fuerza sus bolsas de tabaco, sabedores de que no sería la primera vez que volaban, y casi sin interrupción lanzaban un bastonazo al aire en un vano intento de dar su merecido a aquel pequeño diablo al que todos decían Mediociego.

Pocas eran las ocasiones en que le alcanzaban, pero cuando lo hacían se desquitaban con holgura de las burlas y risotadas que les dedicaba aquél bribón. A base de palo, no dejaban un hueso sin moler, lo llenaban de moratones y el barbero del pueblo, que también había participado del festín, tenía que correr a su casa a por unas hierbas y la cuchilla de sangrados, para devolver al pobre Mediociego al mundo de los vivos.

El nombre le venía de un algo que tenía en los ojos, como una fina tela azulada que hacía que al caer la noche o entrar en un lugar oscuro, perdiera la poca visión que tenía, quedándose como ciego. No recordaba haber visto mejor nunca, por lo que hasta cierto punto vivía como acostumbrado a ello. A fin de cuentas pertenecía a una raza maldita y ese, seguramente, era el motivo de su mal.

La parroquia de Saint-Félix-d'Aucun era su lugar preferido para ocultarse de sus perseguidores -me acojo a sagrado como los bandidos, pensaba-. Cuando entraba en ella, corriendo antes bajo los extraños y obscenos gestos de los canecillos, pasaba a recordar mentalmente la lección que la experiencia de tantas visitas a aquél refugio le había enseñado:

Dos pasos hacia dentro.

Tres escalones.

Un paso.

La zona de sillas de los vecinos no propietarios.

Izquierda y tres pasos hasta nuestra pila bautismal, la de los agotes.

Derecha.

Unos siete pasos hasta dar con mi escondite, tras la pila bautismal de los vecinos.

Aquél era el lugar en el que mejor se sentía de todos lo que conocía. Era fresco, silencioso y, fuera de los momentos de oficio, solitario. Solía pasar el rato tumbado en el suelo, dando patadas al aire o al pie de la pila. Cuando se aburría, acercaba su mano y el rostro a aquella, y olisqueaba con cierto placer la humedad de la piedra tallada, a la vez que recorría con sus manos todo el adorno que alguien, hace tiempo, labró en ella.

Todavía no alcanzaba con su nariz mas allá de las figuras que olfateaba, pero para él, después de pensar mucho en ello, lo que había en el interior de la pila no era ningún misterio. Dentro había agua, y habiendo agua seguro que también habían peces, hermosos y de muchos colores por ser de la parroquia. No hacía falta más que entender lo que sus dedos veían en lo labrado en el rededor de la pila, para saber que aquellos peces estaban ahí para algo, y él conocía el porqué: cada vez que las aguas bautismales caían sobre ellos, despertaban de su letargo removiendo el agua hasta reflejar en forma de imágenes lo que iba a ser la vida del recién nacido.

Estaba seguro de que en muchos casos, aquellas premoniciones eran parecidas a lo que narraban las imagenes que recorría con sus dedos, y por eso alguien las había dejado marcada ahí: él mismo se soñaba de mayor conociendo los secretos de la piedra que trabajaba; saliendo de caza a caballo, acompañado de sus perros; y celebrando animado un festín en el pueblo, hasta que con el caer de la noche se desposara con quién iba a ser la mujer de su vida. ¿A caso no lo había visto así?.

No lo recordaba, pero seguramente su mala vista tampoco le hubiera permitido ver si en ese estanque -o mejor dicho, en el que pertenecía a los de su estirpe-, los peces habían hecho esta o aquella figura, brillando con mil vivos colores; si habían saltado intentando mordisquear su pequeña nariz; si bucearon hasta lo más profundo de aquellas aguas, o, simplemente no hicieron nada, pues flotaban muertos en su superficie.



martes, 16 de septiembre de 2008

Un pueblo llamado Ninguno


La primera vez que oí hablar de Aucun, fue por boca de mi abuelo, una templada tarde de primavera, mientras descansábamos sentados en un trebolar a las afueras de Villoldo, muy cerca de la palomera que dicen del Infante. Fue a cuento de una mención rápida que hizo a un antepasado nuestro, nacido en aquél lugar y que era cantero, y algo más que no logré entender por aquél entonces:

- Los De Batz tenemos algo de agotes en nuestra sangre, o eso por lo menos me contaba a mí tu tatarabuelo cuando tenía tu edad.

Jamás volvimos tocar el tema, pues a mi abuelo no parecía apetecerle nunca hablar de nada que estuviera muy lejos de su espalda. Pero esta pequeña anécdota había dejado en mi un poso que, con el tiempo y las visitas frecuentes al rincón que ocupaba en mi memoria, fue convirtiéndose en una creciente curiosidad.

Así fue como Aucun -ninguno, traducido al castellano-, fue tomando forma en mi imaginación a partir de todos los retazos que habían sobrevivido de mis entonces primeras lecturas, y de todas aquellas historias que escuchaba, o veía por la televisión. Se me ocurría que era uno de esos pueblos que aparecen y desaparecen a su antojo, como la misteriosa isla de San Borodón o el cinematográfico Brigadoon, y que en él habitaban unos enigmáticos personajes a los que, no sabían bien porqué, llamaban agotes. Los imaginaba en sus quehaceres diarios: trabajando el campo o cortando la piedra, cazando y bailando, disfrutando del espectáculo de aquellos saltimbanquis que vagaban por el mundo, o uniendo sus vidas durante el día; todo esto terminaba con la llegada de la noche, cuando el mismo músico que hasta entonces había llevado la alegría a los habitantes de Aucun, invocaba a la luna junto a su perro -muy parecido a mi Lurregabe-, que descansaba al amor de aquella blanca luz que les iba a hacer desaparecer una noche más.

Todavía recuerdo con una sonrisa lo mucho que hubo de extrañar mi respuesta a aquellos que por aquél entonces, movidos por la curiosidad de verme forastero en su tierra, me preguntaban por el pueblo del que procedía, pues simplemente les contestaba:

- De Ninguno.

martes, 9 de septiembre de 2008

Un, dos, tres, el mundo al revés

Con la cabeza en el suelo, y las piernas buscando el horizonte.
Un, dos, tres, el mundo al revés.

martes, 12 de agosto de 2008

Vacaciones

viernes, 8 de agosto de 2008

Minerva Britannica


Esta es una página del Minerva Britannica or a Garden of Heroical Devises de Henry Peacham, una curiosa colección de textos moralizantes en verso, acompañado cada uno de ellos de una ilustración alegórica. Las hay realmente curiosas, llenas de ingenuidad y referencias a la emblemática renacentista.

La que muestro, aquí titulada "virtute aut vitium sequi genus" , que quiere decir algo así como que la virtud y el vicio se transmiten a menudo de padres a hijos, me ha parecido realmente curiosa. En ella se muestra un hombre, al que hay que suponer de un lejano reino -de Libia dice el texto-, pues así lo da a entender la lanza que lleva en una de las manos y el fondo esquemáticamente oriental, comiendose una serpiente.

Además de en el propio verso que acompaña a la ilustración, he encontrado algo que me explicara la razón de tan curiosa dieta en "The English Emblem Tradition" donde vemos repetido, en diferente dibujo, el mismo festín.

El Minerva Britannica lo tenéis digitalizado aquí.

Por algún motivo que desconozco, y sin premeditación alguna, llevo una semana hablando de serpientes.

martes, 5 de agosto de 2008

La encantadora de serpientes

Ocurre que a uno la curiosidad le lleva allá por donde ella quiere, sin reparar en el camino que me había trazado, desdeñando intereses, deberes o conveniencias, para conducirme por senderos que apenas se mencionan en los itinerarios, y por los que al final -tras olvidar el extravío merced al hallazgo de un hermoso arroyo, una bella panorámica o el desconocido canto de un ave-, termina uno siempre encontrándose con una interminable pared rocosa que le despierta de sus ensoñaciones, maldiciendo los hados que le han hecho salirse de su ruta y perder el tiempo en tan yermos entretenimientos.

Para que esto suceda, es condición necesaria, aunque no indispensable, que uno tenga tiempo. Y esto sólo ocurre cuando se está de vacaciones -que no es mi caso-, fin de semana -que tampoco lo es-, fuera del trabajo -no-, o en ese particular estado de relajo al que un amigo visitante de esta casa le dio la denominación genérica de “ausencia del jefe”.

Pues bien, estando yo en esta última circunstancia, revisaba tranquilamente mi cuaderno hasta que me detuve en la anotación que tiene fecha del viernes pasado. En ella se habla de un espectáculo que se celebró en Madrid allá por los años 80 del siglo XIX. La dichosa curiosidad me hizo preguntarme por quienes fueron realmente aquellas personas que en ese momento de sus vidas coincidieron, de una manera u otra en aquél espectáculo.

¿Adam Forepaugh?, la verdad es que no fue difícil dar con él, pues basta con buscarlo con el google y descubrir que se trataba del típico “self made man”, que tanto gusta a los difusores del sueño americano: de humildes orígenes, entró de mozo en una carnicería cuando apenas levantaba unos palmos del suelo, y treinta años después era un próspero empresario del mundo del espectáculo circense... La búsqueda de este personaje tiene un aliciente añadido, y es que el curioso se encontrará con facilidad extensas colecciones de carteles circenses del siglo XIX, llenos de un especial encanto.

De “el simpático Tony Grice”, también parece que hay bastante que decir, pues por lo que leí, se trata del primero de tres generaciones de Clowns afincados en Sant Adrià de Besòs, aunque el primero de ellos procedía de Inglaterra. La fama de esta casta de humorista llegó a cruzar fronteras y océanos, haciendo de los Tony Grices con sus acrobacias sobre todo tipo de animales y sus ingeniosos diálogos con el augusto de turno, una de las presencias más solicitadas en las principales pistas circenses del mundo.

Pero la que a mí más me interesaba era, casualmente, la que resultaba mas difícil de atrapar: la que según el cartel anunciador se llamaba Nata Damajaute. No es de extrañar, pues es imposible resistirse a desvelar un origen incierto, el misterio de un nombre y, más aún, a ese irresistible poder de fascinación que provoca un espectáculo de tal sensualidad, que tenía ademas la virtud de referenciar a aquella lejana y primigenia Potnia Theron, por un lado, y a la serena y protectora Mami Wata, por otro.

Parece que la historia de la encantadora de serpientes comienza con un tal Breitwieser, un conocido cazador de la época que fue contratado por un empresario circense de apellido Hagenbeck para viajar al Sudeste de Asia y a las islas del Pacífico, con el objeto de traerle reptiles, insectos y cualquier otro animal que pudiera atraer la atención de su público.

No le debió ir mal al cazador pues, según se contó entonces, se trajo consigo además de una extensa colección de fieras y reptiles, una misteriosa esposa, procedente de Samoa o Borneo, que respondía al nombre de Maladamatjaute. Aquella extraña mujer tenía la sorprendente habilidad de encantar a las serpientes, y jugar con ellas en torno a su cuerpo de la misma manera que por aquella época podía verse en los exóticos grabados realizados por los viajeros procedentes de las tierras de oriente.

Poco después de su llegada a Hamburgo, alrededor de 1880, Maladamatjaute comenzó a trabajar en el espectáculo de Hagenbeck, con tanto éxito que pronto atravesó el Atlántico para ser aclamada en los Estados Unidos, donde un periódico de Filadelfia la anuncia en 1885, con una ilustración en la que se le ve rodeada por muchas serpientes y sosteniendo en lo alto sobre su cabeza a dos de ellas, mientras otras tantas se enroscan alrededor de su cuerpo. Ya por aquél entonces había cambiado su nombre:

"Nala Damajanti - la Emperatriz del Mundo de Reptil – la mayor y más asombrosa encantadora de serpientes del Indostan".

Maladamatjaute debió viajar mucho durante las dos década que llegan hasta 1900, y trabajó para los más importantes empresarios circenses del momento: Adan Forepaugh, Wilhelm Zimmermann, y el mismo Hagenbeck que la descubrió, entre otros. Pero su mayor éxito sin lugar a dudas fue el que tuvo en el “Folies Bergere” de Paris a finales de 1886, donde se le anunciaba con un cartel que decía "Nala Damajanti - Charmeuse Hindoue".

Parece ser que Nala siguió actuando durante todos aquellos años tanto en Europa como en los Estados Unidos bajo nombres ligeramente diferentes (Maladamatjaute, Nala Damajanti, Nata Damajaute,...). Tan famoso como su poder sobre las serpientes, y seguramente con el mismo capacidad de reclamo para el público, eran el aspecto con el que se presentaba a las funciones y que era, en cierta manera, su más perfecta obra: adornaba su cabeza una espesa cabellera negra y ondulada, separada por una raya al medio, se presentaba ataviada con un vestido de aire hindú, lleno de adornos, un corpiño apretado, numerosos collares y unos característicos pendientes de aro.

Sin embargo, y para quién haya seguido leyendo hasta aquí con algún interés, hay algo que quizá pudiera romper todo el misterio y encanto de esta curiosa historia. Al año siguiente de haber sembrado tantos éxitos en el Folies Bergeres, el autor Georges d' Heylli publica su Dictionnaire Des Pseudonymes, en el que dedica unas líneas a nuestra encantadora de serpientes, contando lo siguiente:

“Nala – Damajanti. Encantadora de serpientes en el Folies-Bergères donde causó sensación a finales del año 1886. Decían que era india, y fue presentada por el célebre Barnum. Un proceso donde ella figura en marzo de 1887 revela al público la verdadera nacionalidad de Nala-Damajanti, la cual se llamaba más sencillamente Émilie Poupon, y que había nacido en Nantey (Jura) el 4 de julio de 1861, muy lejos de las orillas del Ganges como se ve”.

Poco parece que importó el misterio supuestamente desvelado, pues como ya ha quedado dicho, a Nala le quedaban por aquél entonces todavía muchos años de éxito entre las gentes que queriéndolo o sin querer, seguían viendo en ella a una misteriosa y exótica encantadora de serpientes.

lunes, 4 de agosto de 2008

Último recuerdo

Ni siquiera se paró. Tan sólo agitó su mano mientras desaparecía en la lejanía.

- En otro momento -pensé-, quizá cuando nuestro paso sea tan lento como el de las montañas.

viernes, 1 de agosto de 2008

Nata Damajaute: 4 de julio 1886


(Cartel: Biblioteca Nacional. Lo podéis ver aquí. De cualquier manera, creo que el nombre es una mala transcripción de Nala Damayanti, nombre de dos personajes del Mahābhārata, que responde más adecuadamente ese gusto por los misterios de regusto exótico de aquella época. Texto: La ilustración Española y Americana; nº XXVII, 22 de julio de 1886)

martes, 29 de julio de 2008

Escribientes

Esta fotografía la tomé en Ankara hace cosa de tres o cuatro años. Me llamó la atención el comprobar que todavía tienen vigencia en algunos lugares ocupaciones que nosotros habíamos ya olvidado o dado por perdidas. El oficio de escribiente como lo vi aquél día, y muy parecido a como siempre lo había imaginado, tiene para mí un regusto entre dulce y amargo, como el de aquellos sobres cerrados que nos esperaban antaño en el buzón, cuando no había correo electrónico y el teléfono era algo muy caro, en ocasiones con buenas noticias y en otras con alguna desgracia.

Siempre me ha parecido que este oficio, el de escribiente, requiere de una gran paciencia y de un saber escuchar y entender muy particular: algo muy dificil de encajar en sociedades como la nuestra. En ocasiones, les vi servir un vaso de té a sus cliente mientras les atienden y dialogan con ellos, conocen los motivos que les han llevado a recurrir a sus servicios y el tipo escrito que necesitan. Es muy importante conocer todos los detalles antes de pulsar una sola tecla en su máquina.

"Es a mi madre a quién deseo enviar una carta. Vive en Pasinler y quiero que sepa que estoy bien, y que si Dios lo permite le enviaré dinero muy pronto"

"Necesito saber si mis tíos estan todavía dispuestos a recibirme en su casa de Aksaray, pues me dijeron que si no me iba bien por aquí, que fuera allá, que ellos siempre me darán cama y trabajo. Hace mucho de eso, y no se si todavía estarán dispuestos a ayudarme"

"Pronto encontraré aquí un buen trabajo, y entonces iré a buscar a mi novia para casarnos y traerla aquí. Quiero mandarle esta foto..."

"Estoy preocupado por la salud de mis padres y quiero enviar un dinero al doctor de Nazili, mi pueblo, para que no les falte de nada..."

"Me entregaron ayer esta carta y no entiendo lo que se dice en ella. Me la ha enviado el gobierno o el ayuntamiento, no lo sé...."

El escribiente escucha atentamente a cada uno de sus interlocutores al otro lado de la mesa. Esta acostumbrado a que le abran en pocas palabras todo un mundo de afectos, recuerdos y preocupaciones. Sabe como actuar en cada momento, y dar a cada uno el consejo, la lectura o el texto que necesitan.

Después, cuando el día haya caído y nadie se detenga ante su mesa, el escribiente recogerá sus bártulos y en silencio se marchará hacia su casa, sin haber escrito en ningún momento una palabra sobre sí mismo, o ¿quien sabe?: quizá lo hayan hecho un poco en todas y cada una de las cartas que le han encargado.

lunes, 28 de julio de 2008

Una vela por el Tibet


Recojo el testigo enviado por mi amiga Isabel, y aquí queda para quien lo considere oportuno.

Mas información aquí.

Identidades

El día pasado, mientras escuchaba un viejo disco de Woody Guthrie que compré hace tiempo, cuando acompañaba con él la lectura de aquellas “Uvas de la ira” de los años de la depresión y la Dust Bowl, quise visitar alguna de esas páginas que circulan por Internet dedicadas a la obra de Dorothea Lange, una de mis fotógrafos favoritas, cuya obra se centra en gran parte en los años de la Gran Depresión. Pero mi atención se desvió al poco hacia otro de los temas que ocupó a la cámara de Lange: la llamada con no poco eufemismo “reubicación” de los ciudadanos de origen japones en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Hubo una de ellas que me llamó especialmente la atención, que venía acompañada de un pequeño texto explicativo:

“Un comerciante americano de origen nipón colocó este cartel en la puerta de su negocio el día siguiente al ataque a Pearl Harbor. Lange hizo la fotografía en marzo de 1942, poco antes del internamiento de aquél hombre”

Todo esto me recuerda a algo que leí acerca de que la autoafirmación de una persona en su identidad cultural, o en esa que cree poseer, ha sido siempre uno de los mejores salvavidas frente al sentimiento de falta de integración dentro de un colectivo. En ocasiones es muy fácil: basta con modificar o adecuar nombre y apellidos a los usos del grupo, adoptar sus costumbres y mostrarse el más radical en los ideales que guían a aquellos. En otros casos, la distancia cultural es mayor, tanta que para quienes les ven desde dentro del grupo los consideran un peligro. Según parece estos son los dos productos de la identidad cultural instrumentalizada: intolerancia en el segundo caso; intolerantes en el primero.

viernes, 25 de julio de 2008

Verano de 1778: el día en que los peces saltaron a las barcas


La ilustración es parte de una colección realizada por William Hamilton en Nápoles
en el año 1776. Puede verse aquí. El texto, de la Gazeta de Madrid del martes 6 de octubre de 1778.

miércoles, 23 de julio de 2008

Sub umbra quiescunt

A veces, uno necesita sentir que esta hablando sólo.

martes, 22 de julio de 2008

Les curieuses

Realmente era un pueblo extraño. Aquél día celebraban una fiesta "country" en pleno corazón de la Gascuña, y por eso de ser domingo tenía también su jornada de mercado. Así venían haciendo esto último desde que en la Edad Media algún Conde o Rey ya olvidado les diera privilegio para ello, y así llevan con lo primero desde que a una asociación vecinal se le ocurriera tan pintoresca idea.

Chocaba recorrer los diferentes puestos de foies, potages de todo tipo, fromages, armañaques y saussises, al ritmo de no se qué canción vaquera que servía de telón de fondo para que un hombretón grueso, y a todas luces medio borracho ya a esas horas de la mañana, nos avisara a voz en grito que terminaba el plazo para participar en el sorteo de un enorme cochon.

- Demasiado grande para meterlo en el maletero, y además ¿quién tiene cojones para pasarlo por el cuchillo?

Optamos por lo más razonable a esas horas, que no era otra cosa que refugiarnos en el café vacio más próximo, y recuperarnos del frio de aquella mañana con eso que los italianos llaman un corretto: el carajillo de toda la vida con mas licor que cafe o a la inversa, dependiendo de la generosidad de quien te lo pone.

Aplicada la correccione buscamos un sitio a la vista de la calle para seguir cómodamente lo que ocurría fuera: el cicerone de la fiesta se disponía a desvelar el número del afortunado nuevo propietario del tal gorrino; los miembros de la banda que le daban el telón de fondo se miraban unos a otros medio sonriendo mientras aprovechaban cualquier oportunidad para darle un repaso a lo que tenían en unos vasos de plástico; y por doquier gente con bolsas llenas de comida se detenían en todos los puestos del mercado para manosear y oler los productos que se ofrecían. Ahí fuera, todo era movimiento, vida.

Dentro quedábamos nosotros, sentados ante un cartel que parecía dejar muy a las claras que los que ahí estábamos, no eramos otra cosa que meros observadores del devenir cotidiano de un dia de fiesta en aquél extraño pueblo.

lunes, 14 de julio de 2008

14 de julio

Un día como hoy debe ser necesariamente difícil de olvidar. El 14 de julio todos nosotros dimos el primer paso hacia lo que somos ahora, ni más ni menos que los mismos subditos de entonces, pero con la aparente sensación de que nos hemos ganado la ciudadanía. Así de ilusos somos: inocentes y con la cabeza llena de sueños.

Tal día como este, -hoy mismo para ser más exactos-, nuestra esperanza ha cumplido 14 semanas y sigue hacia adelante sin problemas. Hoy la hemos visto de nuevo. Ha sido emocionante. Es un paso muy importante para nosotros que nos llevará irremediablemente a lo que no somos ahora, pero gustosamente seremos en el futuro.

14 de julio. Revolución. !Redoblen los tambores, ondeen las escarapelas y ardan todas las prisiones de la esperanza!

martes, 1 de julio de 2008

قلعه الموت

Afortunadamente, hay ocasiones en las que uno, sin casi darse cuenta, rompe con esta tediosa monotonía para verse atrapado por el rastro que ha dejado en él unas palabras, o tan sólo una idea, que ha encontrado en sus lecturas.

Llegó hasta mis manos, casi por casualidad, el "Viaje al Valle de los Asesinos" de Freya Stark. Era inevitable tener presente en la memoria aquél "Alamut" de Vladimir Bartol, magnífica novela historica que continua siendo un actual alegato contra la manipulación sicológica de las corrientes totalitarias. Parece que hemos cambiado muy poco desde entonces.

Durante el relato del viaje, que como en todos los que se precien lo menos deseable es la llegada al destino, Freya nos da cuenta de las vidas de sus acompañantes, tipos ya casi inexistentes salidos en apariencia de la más emocionante de las novelas de aventuras, pero a la vez impregnados de esos rasgos tan cotidianos e humanos que hacen de ellos más reales e interesantes. Mejor que seguir contándolo es recomendar su lectura a quien le pueda interesar.

Volviendo a la historia de la fortaleza y a las fotografías de ella que he podidos encontrar en internet, el resultado ha sido inicialmente bastante pobre, hasta que lo he mejorado gracias a la explicación del origen de su nombre, que se encuentra en un vocablo persa que significa "Fortaleza de la Muerte" y que se escribe así

قلعه الموت

Lo he copiado, pegado y las entrañas del buscador se han abierto con más generosidad. Una muestra de ello, bastante interesante a mi parecer, la tenéis aquí.

La imagen que acompaña al texto no es de Alamut, se trata de una recreación de lo que tuvo que ser el Castillo de Maymundez, conquistado por los mongoles en su avance hacia Alamut. Poco se sabe de él, si no es que se encontraba excavado en la rocosa pared de una montaña. Sabiendo esto y lo que pueda sugerir el dibujo, uno puede volver a dejar volar su imaginación hasta donde lo desee.

lunes, 30 de junio de 2008

Le passage

Fue uno de esos amores a primera vista: lo vi e inmediatamente sentí que lo quería junto a mí. No sabía porqué, ni siquiera quise racionalizar el origen de tal deseo. Tan sólo se trataba de inventir el segundo que cuesta fotografiarlo, para dejar después su reflejo reposando en las entrañas de mi tarjeta de memoria.

El tiempo me dirá cuando le venga en gana qué hacer con ello -pensé.

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