Hace unas semanas me dispuse a poner algo de orden entre las anotaciones que tenía guardadas sobre las últimas etapas de nuestro Camino de Santiago. La intención, muy buena ella, era la de acabar de una vez por todas con el relato que he ido escribiendo acerca de las cosas que ví, escuché y experimenté durante aquellas jornadas.
Desgraciadamente, uno es muy voluble en lo que a interés se refiere, y si en ese momento estaba decidido a invertir todo mi tiempo libre en finalizar el relato peregrino, faltó que apareciera algo que llamara mi atención, para que la dedicación y la búsqueda tomaran de nuevo otros derroteros.
Me explico.
De entre esa maraña de servilletas de papel, publicidades, algún pedazo de cartulina y hojas de block arrancadas, me encontré con una, anotada apresuradamente, llena de abreviaturas y dispuesta casi en espiral, en la que sobresalía una frase escrita con más fuerza y subrayada para atraer la mirada, que decía:
Autrassei le broum?
Sin leer más, pude recordar que fue en Melide, en un pequeño establecimiento de esos pocos que todavía quedan y que son a la vez cantina, cacharrería, oficina de correos y tienda de alimentación. Apenas estábamos media docena de personas, contando a la dueña, viuda del antiguo cartero del pueblo, a quién habían hecho un pequeño monumento un poco más adelante, por el celo y los años de dedicación que había empleado en servir a su comunidad.
- Sólo él -nos dijo la buena mujer-, algún feriante y los pocos peregrinos que pasaban entonces, traían al pueblo noticias del mundo.
Recuerdo que fuera llovía suavemente, a modo de las cortinas que flamean con la brisa, y que envuelto en el calor de aquella penumbra y de lo que allí se contaba, mis pensamientos volaban lejos, hacía ese sentimiento de trascendencia que ni la más misteriosa de las lenguas sería capaz de traducir a palabras.
Y entonces, descubrí que había vuelto a perder el rumbo.