viernes, 17 de diciembre de 2010

Nube

From Tornavientos

lunes, 19 de abril de 2010

Pequeño diccionario debatziano

Un día como el de hoy de hace cinco años, 19 de abril de 2005, salieron a la luz Charles de Batz y el primero de sus cuadernos. Para celebrarlo, no se me ocurre nada mejor que hacer una memoria de todo este tiempo a partir de algunas palabras, nombres o títulos que con mejor o peor fortuna han pasado por las páginas de los tres cuadernos que, hasta el momento, llevo escritos.


Aguamixa: ya que vamos de diccionario, comienzo con esta entrada extraída del tomo I de la Encyclopédie, y escrita por mano de Diderot. La transcribí tal y como sigue hace tiempo, y siempre me ha parecido, además de graciosa, bastante significativa de los tiempos en los que aún vivimos: "Aguaxima, una planta que crece en Brasil y en las islas de América Central. Esto es todo cuanto se nos dice de ella. Y a mí me gustaría saber para quién se hacen descripciones como ésta. No puede ser para los nativos de la región, quienes obviamente conocen más características de la aguaxima que las que incluye esta descripción y que no tienen mayor necesidad de ser informados de lo que crece en su propia tierra: sería como decirle a un francés que el peral es un árbol que crece en Francia, Alemania, etc... Tampoco está hecha para nosotros; porque ¿qué puede importarnos que crezca en Brasil un árbol llamado aguaxima, del que desconocemos todo salvo el nombre? ¿A quién puede resultarle útil saberlo? Deja en la ignorancia a quienes ya lo estaban antes; no enseña nada a nadie. Si menciono esta planta, y varias otras igualmente mal descritas, es en atención a aquellos lectores que prefieren no encontrar nada en un artículo de Diccionario, o incluso encontrar una estupidez, a echar de menos el artículo en cuestión."

Anotación: la primera, del 19 de abril de 2005. Desde entonces, y si no me salen mal los cálculos, han sido 211 anotaciones de las más variadas extensiones y temáticas, escritas durante mucho tiempo con una periodicidad mínima semanal. A veces, con más frecuencia. Es en este último periodo cuando he reducido notablemente mi actividad y, tal y como se contará más adelante, pienso a partir de hoy mismo detenerla completamente durante un tiempo.

Armagnac: por esas cosas que se dan ahora tan a menudo de celebrar y crear aniversarios a cuenta de todo, este 2010 es, además de post-bisiesto, jacobeo, de Chopin, Europeo de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, e Internacional de la Biodiversidad; es también según parecen manifestar quienes están interesados en hacerlo, el del 700 aniversario del Armagnac ¿Cómo, que antes de aquella fecha no lo conocían, no existía?, ¡pobres generaciones aquellas que no pudieron consolar sus fríos, o animar sus fiestas con siquiera un breve sorbo de tan hermoso placer!. Pues no, tampoco es eso. Se trata del aniversario de la primera mención escrita al “eau de vie” que existe, escrita por un tal Vital Dufour, prior en Eauze de la Gascuña, en la que considera que el tal aguardiente tiene “40 virtudes para conservar la salud y mantenerse en buena forma”.

Del Armagnac, si no recuerdo mal, se ha hablado siempre indirectamente en los tres cuadernos, muchas veces en los comentarios, aunque no por ello se le resta el protagonismo que merece en todos los encuentros y celebraciones de los que se ha hablado a lo largo de este tiempo.

Baradelle: este juguete científico ha sido el protagonista de muchas cosas en lo que a mi supone. Di con él mientras investigaba sobre la vida de su propietario, para lo que luego sería el libro del Conde de Fuentes. Desde la primera vez que vi su fotografía quede absolutamente enamorado de la pieza, no sé si más por su belleza o por pensar que con ella jugaron de pequeños el protagonista de mi investigación y su hermano. Imagino que habría de las dos cosas. El caso es que fue lo primero que busqué cuando visité el Louvre unos meses después, y puedo contar que casi no lo vemos, pues todas la salas anejas estaban cerradas, y solo por estar en una vitrina que daba a una escalera del museo, permanecía accesible. Eso sí: en un rincón apartado y oscuro de aquél descansillo.

De aquella visita, de lo que entonces estaba investigando, y de alguna que otra lectura que tenía entre manos, hice una serie de anotaciones dedicadas a la caja Baradelle: “Los singulares efectos de una tormenta”, “Hambre”, “El príncipe de los anticuarios”, y “Melancolia”. A las cuatro les guardo un especial cariño, más aún cuando todos aquellos que habéis tenido el enorme detalle de leer mi libro y remitirme unas líneas comentándolo, coincidís casi con total unanimidad en advertir una breve mención en el mismo a dicha caja, que no era otra cosa -como también señaláis- que un guiño que esperaba vuestro encuentro. Aprovecho para volver a daros las gracias por el esfuerzo que supone esa lectura, y por el detalle de remitirme además unas líneas de comentario…

Bonfils, Antoine de: llevaba un tiempo dándole vueltas a la idea de simular un post de corte histórico, con el objeto de ver hasta que punto somos capaces de engañar, o ser engañados, por medio de unos datos y cifras que aparentemente tienen algún fundamento. Así es como nació “La extraordinaria historia de Antoine de Bonfils”, y lo que obtuve fue algo muy diferente: uno de esos personajes a los que cogí especial cariño y al que volví en algunos post posteriores. Hice algo parecido mucho después, pero en lugar de con un personaje, con una obra literaria en “Las muertes de Figaro”. Por cierto que hay en él –y también se puede ver en la misma portada que acompaña al texto- uno de los tantos guiños que gusto de insertar en mis anotaciones.

Compagnons: somos varios los que utilizamos este término y, si no confundo su empleo, va inicialmente referido a aquellos que, por el año 2006, coincidimos amueblando nuestras bitácoras en torno a aquellas La parte por el todo que organizaba nuestra amiga Vailima. Allá tuve la fortuna de conocer, además de a la mencionada, a algunos de mis más queridos amigos bitacoreros: Vere y Herri, Anarkasis, Ladydark y Jafatrón. Después, aparecieron por mi cuaderno, o yo por el suyo que no lo recuerdo, otros tantos tan apreciados como Salamandra, Itoiz, Migratoria, Leodegundia, Goathemala, Isabel Romano, Freia, Chela, y un largo etcétera de personas que he tenido el placer de conocer a través de la cosa esta de las bitácoras. Además, guardo un especial cariño por Medea y Raúl, cerrados están desde hace ya tiempo sus cuadernos, quienes me acompañaron con sus primeros comentarios en los largos inicios del Ex Oriente Lux. Sobre el significado del término compagnon se cuenta algo en “Charlois le bruit dans la tete”.

Daghyem, Ismail: no recuerdo a santo de qué, leí un artículo muy interesante sobre las plagas de langosta, y se me ocurrió contar lo que hay en Ismail Daghyem. El caso es que, y no es la primera vez, el invento circunstancial se convirtió en algo muy querido para mi, le cogí el gusto al personaje, y algún tiempo después volví a relatar algo de él. Creo que su marca es la de un hombre de frontera, cronológica y culturalmente hablando, que observa como espectador un mundo que está desapareciendo.

Encantadora de serpientes, La: según el chivato ese de visitas que tengo puesto por algún lado de mi cuaderno, es la que lleva dicho título la anotación más visitada –por mucho-, de este pobre Tornavientos. Afortunadamente, sé que se trata de la curiosidad por determinados temas lo que hace llegar ahí a los lectores, y no los gustos y preferencias manifestadas de entre todo lo que tengo anotado en mi cuaderno. En ese sentido, quizá me sienta más satisfecho con la que lo fue en el primero de mis cuadernos -Le vi leer silenciosamente…, que ha sido además mi entrada con mayor número de comentarios, según veo en otro contador de esos que ponemos en las bitácoras.

Ex Oriente Lux: es el nombre que di a mis dos primeros cuadernos. ¿Por qué?, pues seguramente por haber llamado así a alguna otra cosa que inicié con anterioridad, cuando me dio por un orientalismo absoluto. Tampoco tengo muchas más ganas de hablar de esta entrada.

Grafitos: para quien haya seguido estos cuadernos, sabrá que mi afición por los grafitos me ha llevado a coleccionarlos –fotografiados, claro está-, y a encontrar en muchos de ellos historias tan reales como increíbles –la que tiene que ver con la novela "El último mohicano"-, curiosísimas casualidades, e incluso conmovedoras historias. No recuerdo, pero son muchas las entradas que he dedicado al tema a lo largo de los tres cuadernos.

Iago: es muy difícil expresar lo que siento, lo que me ha cambiado y el modo en que me hace enfrentarme a las cosas del día común, la llegada de este pequeño grumete que es mi hijo. Lleva con nosotros cerca de año y tres meses, y no imagino la vida sin él. Es travieso, inagotable, no para de moverse y en cualquier momento esos balbuceos que salen de continuo de su boca, se convertirán en palabras. Estamos deseando escucharlas.

Larrouge: es mi reflejo, la responsable de lo mejor que puede haber de mi. Muchas veces mi inspiración, y en todas coprotagonista de parte importante de las historias que se narran en los tres cuadernos. A ella están dedicados exclusivamente algunos textos, como aquél “A una peregrina pelirroja” o “Al fin y al cabo”.

Nubes: durante mucho tiempo, colgaba imágenes de nubes en mis anotaciones cada vez que pensaba en ausentarme durante un tiempo, bien fuera porque me iba de vacaciones o bien para tomarme un simple descanso. La verdad es que terminó por resultarme una fórmula muy cómoda, pues no tenía más que encabezar un escrito con una fotografía nublada, para que quienes más me conocían supieran de qué se trataba. El mismo afán de cambio que me hizo abrir este tercer cuaderno y rebautizarlo de manera diferente a como lo había hecho con los dos anteriores, me llevó a dejar de lado la cosa de las nubes para anunciar mis ausencias. Quizá no fue lo más acertado, pero lo hice. Quizá también vuelva a ello.

Temblón, El: lo pasé muy bien escribiendo el “Romance del bandido”, que es donde aparece el personaje de ese nombre. Fue un experimento que hice al terminar una lectura de “Viejas historias de Castilla la Vieja” del gran Delibes, y aunque poco tiene que ver con lo que en él leí, imagino que de alguna de sus páginas me vino la idea. Volví a repetir la experiencia un tiempo después cuando conté la historia del Chauffeur que se hizo con la caja Baradelle.

Tornavientos: el nombre me lo dio la casualidad cerca de tres meses antes de que abriera el cuaderno. Estando en Mirande, un pueblo de la Gascuña, di con un callejón que tenía la curiosa apelación de “Passage du vent qui tourne”; me gustó por lo lleno de evocaciones que estaba, y le hice una fotografía pensando en que para algo podría servirme algún día. Más o menos eso es lo que cuento en la primera entrada de este cuaderno.


Y esto es todo. He querido no excederme en el número de entradas para no aburrir demasiado al paciente lector. Soy consciente de que me dejo muchas cosas, y casi todas más importantes que las que aquí se presentan, pero es hasta ahí el lugar al que ha llegado mi memoria de manera un tanto apresurada, y dejándose llevar en ocasiones más por los afectos que por lo que la razón aconseja.

Dicho esto, y rememorando lo pasado desde aquél ya lejano día de hace cinco años, me despido de todos vosotros, queridos amigos, durante un periodo de tiempo que ni yo tampoco se cual va a ser, pero que de cualquier manera hará guardar silencio a mi querido Tornavientos de tal modo que a muchos les parecerá que ha enmudecido para siempre.

sábado, 27 de marzo de 2010

Vida del Padre Domingo Muñoz (y IV)

Allá por el verano del año 1826, el Almirante venezolano José Prudencio Padilla mandó enviar a treinta hombres de la policía costera a la isla de Aruba, muy cerca de Maracaibo, para que cumplieran una importante misión. Había sabido, por las declaraciones de un pirata recién apresado a quien se conocía como “Congo”, que en un lugar remoto de ella, al que se llama Cerrito Colorado, se encontraba la principal guarida del terrible pirata Muñoz. Siguiendo las indicaciones del prisionero, el retén de la policía costera entró a una cueva donde encontraron numerosos restos de velas de barcos, una larga cadena con argollas, un altar con flores y diversos artículos religiosos. Pero del pirata, su amante o el fabuloso tesoro que todo el mundo decía que ocultaba en aquél lugar, nada. ¿Dónde habían ido a parar Domingo Muñoz y Wanda?

Congo conoció a Wanda cerca de diez años atrás en los Estados Unidos, cuando su amo, el mercader español Pedro Cires, la entró en su casa por primera vez, para encerrarse en la alcoba con ella durante casi un día. Desde entonces, las visitas de aquella rubia de acento extraño fueron siendo cada vez más frecuentes, hasta que un día, seguramente apremiado por la necesidad de volver a Quito para atender sus negocios, le propuso matrimonio. Wanda aceptó.

La nueva pareja se trasladó a vivir a una hacienda a las afueras de Quito, rodeada de todas las comodidades imaginables entonces, y servidos con toda la diligencia del mundo por la servidumbre de la que disponía el mercader; el sirviente negro y cojo llamado Congo, que gozaba de la total confianza de su amo, también les acompañaba en su estancia en aquella hacienda.

Para Wanda aquel lugar nada tenía que ver con la ruidosa y animada metrópoli que acababan de abandonar, y además se veía obligada a pasar la mayor parte del tiempo en total soledad. Así que no tardó en organizar su vida lo mejor que pudo, sin contar con su marido y alternando con gentes de todo origen y condición. Conoció a un hombre de origen francés llamado Maurel, del que pronto se hizo amante. La noticia no tardó en llegar su marido, pero éste decidió dejar que el asunto continuara sin intervenir para nada.

Pero entró en escena el párroco del Sagrario en Quito, quien enterado del escandaloso adulterio protagonizado por la esposa de un rico comerciante afincado en el lugar, y siendo mujer y amante sus feligreses, pensó en tomar cartas en el asunto. Así pues, enterado el Padre Domingo Muñoz una noche de que estaba teniendo lugar uno de esos encuentros, fue a la casa del francés, y sacó de ella a la rusa entre empellones y medio desnuda, para llevarla de esa guisa ante su marido.

A Cires no se le ocurrió mejor cosa, para mostrar su agradecimiento al Padre Muñoz en aquellos tiempos convulsos de guerra contra la metrópoli, que acoger bajo su protección al buen sacerdote que tan celosamente había luchado por defender su honor.

Cuando algunos años después, hacía 1826, Congo fue apresado por actos de piratería, no detalló en sus declaraciones ante la justicia qué es lo que ocurrió a continuación. Simplemente dio a entender que Domingo y Wanda terminaron por hacerse amantes, después de una tórrida relación inicial, y un buen día el marido apareció muerto. Todo lo que ocurrió a continuación es ya historia para quien haya seguido las andanzas de este peculiar personaje.

Lo que sí contó Congo es que por fidelidad a su señora, se unió a la gavilla de piratas que huyó de prisión encabezada por el párroco, y que durante cosa de cuatro años saquearon todo barco que se les ponía a viento. Explicó también que tenían dos bases de operaciones. La primera y más importante estaba en la Isla de Aruba, en una de las muchas cuevas de Cerrito Colorado que entonces utilizaban como refugio los piratas. La otra, menos conocida y que no precisó, estaba en algún lugar de la costa norte de Cuba. Su área de operaciones era pues, todo lo que quedaba entre ambos puntos.

Muñoz gustaba de celebrar misas en estos dos lugares, en los que hasta acondicionó sendos y lujosos altares para dar a la ceremonia mayor solemnidad. Había instalado otro en el mismo barco, pues no era cosa de pasar un día, o la oportunidad de dar las gracias por el éxito en un abordaje, sin hacerlo celebrando un oficio religioso.

Pero ¿en qué consistían estas misas?

Un tal Diego Díaz, pirata también en el Enmanuel, que fue capturado por la goleta “New York” cerca de Puerto Rico, dio todo tipo de detalles sobre estas ceremonias. Según contó, en ellas se ejecutaba a los prisioneros que más se habían resistido durante el abordaje, torturándolos e incinerándolos después. Congo hacía de verdugo, Muñoz de oficiante y Wanda, sentada en una especie de trono labrado lujosamente en madera, presenciaba todo ello, luciendo las mejores joyas y vestidos que se habían obtenido en el saqueo.

A continuación celebraban un banquete en el que no faltaban las mejores viandas, vinos y productos alucinógenos que eran servidos en vajillas de plata lujosamente ornamentada. Mientras se iban excitando los ánimos, los piratas, uno a uno, se acercaban al trono de Wanda donde le ofrecían parte de su botín y le rendían homenaje como si de una diosa se tratara. En un momento dado, ella abandonaba el trono y se encadenaba a una de las paredes de la cueva, o al palo mayor de la nao, para entregarse, entre gruñidos y risas histéricas, a la tripulación.

Existe un relato de la época, que cuenta cómo una pequeña goleta de unos 10-11 hombres fue capturada por un extraño pirata que llevaba una gran cruz de plata colgando de una cadena de oro en el cuello. Tras reunir a sus hombres y a los prisioneros en cubierta, el tal capitán comenzó una prédica, con la Biblia abierta entre las manos, en la que mandaba a su tripulación que terminaran con los cautivos ahí mismo. Tras él, estaba sentada en el suelo una mujer rubia medio desnuda, adornada con muchas de las joyas que habían saqueado en aquella goleta, atada a una cadena y riendo con una alegría histérica.

Durante el interrogatorio, preguntaron a Congo sobre este asunto, sobre si Wanda tomaba parte voluntaria en estas orgías en las que se mezclaba de manera tan evidente el alcohol, las drogas y la sobreexcitación. También quisieron saber si esa adoración que le demostraban en aquellas extrañas misas la hacían por considerarla una señora todo poderosa, o una esclava a la que deseaban.

Las dos cosas al mismo tiempo-, respondió

En algún momento de 1825, si hemos de creer las declaraciones de Congo, Muñoz disolvió su grupo, dividió parte de un tesoro que tenía oculto entre los miembros de su tripulación, y desapareció con Wanda sin que nadie pudiera dar razón del lugar a donde habían marchado. Al contar esto, Congo agregó que no repartió sino una ínfima parte del gran tesoro que tenía oculto y que todavía permanecía enterrado en algún lugar de Cerrito Colorado en Aruba. Todavía hoy en día, el tesoro del “sacerdote Pirata” en Aruba, es considerado como uno de los más legendarios, buscados e importantes tesoros del mundo.

Hay quien asegura que Wanda y Muñoz fueron asesinados por sus propios hombres, hartos de la conducta cada vez más extraña y trastornada. El mismo Congo manifestó en sus declaraciones que los delirios de ambos se mostraban cada vez de manera más acentuada, y que en cierta manera, fue ese el motivo por el que él mismo abandonó a su antigua ama cuando se disolvió el grupo.

Desde entonces, nada se supo de su paradero. Cuando en el año 1827, alguien dijo haber visto a una pareja de blancos que merodeaban desnudos por las selvas próximas a la desembocadura del Orinoco, en Venezuela, y de los que unos nativos que los habían acogido un tiempo contaron que estaban locos; muchos de los que les conocieron aseguraron que no había duda alguna de que eran ellos.

Pero todo esto ya entra dentro de la leyenda, aunque quizá no merezca ser desdeñada por ello, pues gran parte de la historia, también la de estos personajes, ha sido construida apoyándose en los cimientos de lo legendario.

“Éste es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en un hecho, se imprime la leyenda”

Algo así es lo que responde un director de periódico a Ramson Stoddard cuando éste le confiesa que no es él “El hombre que mató a Liberty Valance”, en aquella maravillosa película de Ford. Tengamoslo presente cuando se llega al cierre de esta historia.

Preguntado cuándo fue la última vez que vio a Wanda, Congo dijo que la encontró en pie, inmóvil como una estatua, a la entrada de la cueva de Aruba. Estaba toda ella, desde los dedos de los pies hasta los cabellos, adornada de joyas de oro y piedras preciosas, hasta tal punto que le dio la impresión de parecerle un ídolo pagano, petrificado, dispuesto a ser venerado por todos ellos, que no eran otra cosa que sus más fieles adoradores. Cuenta que sus extraños ojos esmeralda estaban desmesuradamente abiertos y se fijaban, como en éxtasis, en ese punto del horizonte en el que se unen el mar y el cielo.


jueves, 11 de marzo de 2010

Vida del Padre Domingo Muñoz III

Revolviendo por entre los datos que tenía recopilados acerca del pirata Domingo Muñoz, pensé que sería interesante reconstruir cómo era un encuentro con él. Para ayudarme, contaba en primer lugar con una descripción de su barco “Enmanuel”, y de las sensaciones que podía despertar en alguien que tuvo la mala fortuna de dar con él un brumoso día de 1823, en las aguas de la costa norte de Cuba:

“Era muy semejante a las resistentes embarcaciones que utilizan normalmente los pescadores de las costas de Bretaña. No obstante, observándola con mayor detenimiento, su aspecto ofrecía algo desusado y siniestro: las espesas capas de brea que cubrían sus costados le conferían un matiz sombrío, como el del ataúd de un pobre; componían su aparejo dos mástiles hechos de una sola pieza; dos largas vergas sostenían su velamen, de proporciones desiguales; la proa estaba cubierta en una cuarta parte de su longitud; en las regalas se veían gruesas puntas de hierro equidistantes entre sí; los rechonchos costados de la embarcación contenían –cuando menos en apariencia- multitud de objetos cubiertos con una lona; el contorno de la popa estaba guarnecido con una especie de banco en forma de cofre; a babor se habían amontonado remos y bicheros todavía mojados. Un hombre tocado con un amplio sombrero de paja, debajo del cual se adivinaba su rostro, sujetaba la caña del timón y afectaba la actitud de una persona indiferente: fumaba un cigarro y parecía entretenido en la contemplación del velamen o de la veleta del palo mayor. Cuando levantó la cabeza creí notar que nos dirigía furtivamente una ojeada escrutadora. Su fisonomía era la de un hombre distinguido y de buena familia; sus delicadas facciones eran algo alargadas y muy características; vestía una sencilla chupa de algodón a rayas; una faja roja descuidadamente enrollada entorno a su cintura destacaba su talle esbelto y flexible. Su mirada, penetrante y fija, era como la del tigre fascinando a su presa; sus pies y manos estaban tan cuidados como el resto de su persona. Era un hombre que no parecía estar destinado al rudo oficio de marino.”

Sin embargo, esto no era más que el comienzo. En cierta manera, podría recordarnos a ese otro encuentro que aquél inglés de nombre Houston tuvo en las proximidades de la Isla Margarita. Lo terrible, lo que realmente nos iba a dar cuenta de la manera en que se las gastaba el pater pirata, es un relato que se recoge en el "Journal des voyages, découvertes et navigations modernes, ou Archives Geographiques" de 1822, de mano de una declaración hecha bajo juramento ante las autoridades de Jamaica por el marinero británico Hugo Hamilton:

“se embarcó en calidad de contramaestre a bordo de la balandra "The Blessing", mandada por el capitán Guillermo Smith. Que efectuó tres viajes del puerto de Orabessa a la isla de Santiago de Cuba. Que durante el regreso de su cuarto viaje, a bordo de la mencionada balandra, a principios de julio de 1822, cayó junto con su tripulación en manos de una ancha goleta que enarbolaba pabellón negro y que ostentaba el nombre de “Enmanuel” en su popa, mandada por un blanco y cuya tripulación estaba compuesta por hombres de color y blancos, entre los cuales figuraban ingleses y americanos. Que tras haber apresado la mencionada balandra, la goleta se apoderó del capitán de aquella y de su hijo, así como de toda la tripulación, y exigió luego al capitán un rescate a cambio de la vida. EL capitán de la balandra arguyó que no tenía dinero y ofreció su cargamento, que consistía en un centenar de barriles llenos de flor de harina de trigo y cincuenta sacos de harina corriente. Que al día siguiente, viendo que el prisionero era incapaz de procurarse dinero, el capitán de la goleta mandó que se colocara una tabla apoyada en el costado del estribor e hizo caminar por ella al capitán Smith. Que cuando este llegó al final de la tabla, retiraron ésta bruscamente y el desdichado capitán Smith cayó al agua. Que mientras hacía esfuerzos sobrehumanos para regresar a bordo a nado, el capitán de la goleta pidió su mosquete y disparó sobre él a bocajarro, de modo que su prisionero fue tragado por las olas y desapareció.”

“El resto de la tripulación de la balandra fue amarrado con grillos y metido en el fondo de la sentina, con excepción del hijo del infortunado capitán Smith, muchacho de catorce años de edad, que fue testigo del deplorable fin de su padre. Cansado de sus gritos y llantos, el feroz capitán le asesto un culatazo en la cabeza, lo cogió por los pies y lo arrojó al mar. Al día siguiente se apoderó de todo cuanto componía el cargamento y aparejos de la balandra, prendió fuego a bordo de la misma, entregó a cada prisionero un bote con agua y un reducido pedazo de galleta por todo alimento, les obligó a embarcar en una barcaza y los abandonó al garete, sin brújula, diciendo que dispararía contra ellos y los mandaría al infierno si no se sometían a su voluntad. Esos desdichados se vieron arrastrados hacia alta mar, pero, afortunadamente, en la tarde de aquél mismo día fueron recogidos por la goleta “María Ana”, que navegaba por el Río Negro, y que los desembarcó en Port Morant el 18 de julio de 1822. El pirata, cuya ferocidad acabamos de destacar, es un hombre de elevada estatura, complexión robusta, nariz romana, rostro alargado y de unos cuarenta y cinco años de edad.”.

Después de lo contado, podría decirse que poco más queda por añadir. Sin embargo, omitiría parte de la esencia de esta historia: lo que podría darnos las claves sobre la personalidad de Domingo Muñoz y los suyos, el porqué de aquella imagen de una Wanda desnuda y gruñendo encadenada a la mayor, o lo que sabemos sobre el fin de esta banda de piratas. De todo ello, estimado lector, hablaré en la próxima entrega.



viernes, 19 de febrero de 2010

Vida del Padre Domingo Muñoz II


Gaspard Theodore Mollien es uno de esos personajes que me inspiran cierta admiración no exenta de una envidia sana, no sólo por lo que vivió, sino por haber tenido los arrestos suficientes para hacerlo. Desde la perspectiva de hoy en día, es muy difícil entender lo que suponía para aquellos hombres que procedían de lo que ellos consideraban el mundo civilizado, adentrarse en otros totalmente desconocidos, hostiles en ocasiones y en los que inevitablemente se encontraban absolutamente desprotegidos y a expensas de quienes les rodeaban.

Desde el principio de su carrera, Mollien pareció estar marcado por el signo de la aventura, inspirado según él mismo cuenta en uno de sus diarios de viajes, por las correrías que pocos años antes había realizado Mungo Park por el corazón de África, y siglos atrás León el Africano. Tal es así, que a los 18 años consigue ser nombrado Comisario de Marina y ser enviado al Senegal en busca de las fuentes de los ríos Senegal, Gambia y Níger. Haciendo honor a aquella marca de la que hablaba antes, Mollien embarca para marchar a su destino aquél año de 1816 en una fragata cuyo nombre iba a pasar a la leyenda en aquél mismo viaje: La Medusa.

Afortunadamente para él, fue uno de los 250 pasajeros que encontraron un lugar en uno de los seis botes de salvamento que tenía la fragata. En él alcanzaría penosamente la costa, que se encontraba a unos 60 kilómetros, para después tener que atravesar parte del Sahara sin agua ni alimento antes de poder ser rescatados. El resto de la tripulación, cerca de 150 personas, construyó apresuradamente una balsa, en la que sufrirían durante casi dos semanas una terrible pesadilla de crimen, hambre, locura, suicidio y canibalismo.

Según cuenta en la memoria de éste viaje, Voyage dans l’intérieur de l’ Afrique aux sources du Sénégal et de la Gambie, fait en 1818, par ordre du gouvernement français (1820)”, pudo llegar a la base colonial francesa de San Luis, en el Senegal, allá por 1817 y comenzar su expedición en enero del año siguiente. Aunque no logró dar con las fuentes de todos aquellos ríos que buscaba, Mollien se trajo consigo una cantidad importante información acerca de todo lo que vio, plasmada en el mencionado libro y en una hermosa colección de ilustraciones. A su regreso, podía afirmar con cierto orgullo que fue el primer europeo en tomar contacto con los numerosos pueblos que habitaban aquellas regiones de África.

La obra de Mollien, lejos de ser una, o centrarse exclusivamente en África, se vio ampliada años más tarde con "Voyage dans la République de Colombie en 1823" y, posteriormente, su “Histoire et moeurs d'Haïti: De Christophe Colomb à la révolte des esclaves” de 1830, ambas fruto de sus viajes y experiencias en dichos lugares.

Cuenta en la primera de ellas, según recoge Jean Merrien en su “Historia mundial de los piratas, filibusteros y negreros”, que en cierta ocasión se encontró cerca de Bogotá a un inglés apellidado Houston que le narró la siguiente historia:

“Estaba pescando en aguas de la isla Margarita, adonde me había llevado mi misantropía, y al salir de la choza en que vivía me había puesto un enorme sombrero de paja que dejaba mi rostro en la sombra. Tras pasar el día en el mar, la corriente nos devolvía hacia la bahía de donde saliéramos. Tendido en la proa, apenas me moví en todo el día, contentándome con achicar de vez en cuando, cuando me llegaba a los pies, el agua que se acumulaba en el fondo del bote, empleando para ello una vieja caja de madera”.

“El indio que me acompañaba era naturalmente charlatán, cosa rara en los de su raza, pero mi mutismo había terminado por cansarlo. No puse atención a lo que me decía acerca de un buque que se acercaba. No presté atención hasta que dicho buque estuvo muy cerca. Oí una voz bien timbrada, incluso musical, que en tono cantarín preguntaba a mi acompañante si había hecho buena pesca y si le quería vender el pescado.”

"Me llamó la atención la calidad del acento español y levanté la cabeza protegida por el sombrero. Vi entonces el pabellón negro ondeando, al tiempo que el rostro blanco y de aspecto clerical del hombre que se inclinaba hacia nuestro bote. Sostenía en la mano una pica terminada por un gancho, seguramente para atraer nuestro bote si éste no se acercaba de buena gana. En tanto el indio se atareaba llenando el cesto que le acercaron colgado de un cabo, volví a echar una ojeada, reflexionando que el encontrarse con un pirata es siempre un mal encuentro. Vi entonces sobre la cubierta de la embarcación algo que me dejó mudo de asombro.”

"Al pie del palo mayor estaba una mujer medio desnuda, esbelta y cuyas facciones no pude distinguir. Tenía los cabellos de un rubio dorado sueltos encima de los hombros y profería gruñidos irracionales. Una cadena la mantenía atada al mástil y ella tiraba de dicha cadena como un animal cautivo. Tuve tiempo de observar que a sus pies había una especie de bote con restos de alimentos esparcidos alrededor".

“El cesto volvió a subir y oí el ruido que hacían algunas piastras al caer en el bote. Al propio tiempo noté que algo chocaba con el borde de mi sombrero. Me arriesgue a dar otra ojeada y vi que era el hombre de rostro clerical, el cual intentaba hacer saltar mi sombrero con la pica para verme el rostro. Pero ya el indio, en tanto profería algunas palabras de agradecimiento, daba un golpe de remo que nos alejó repentinamente del buque. Me vino a la mente el nombre de Muñoz, de quién había oído hablar en Cartagena. Comprendí que renunciaba a su proyecto de verme el rostro y pensé que al evitar se me reconociera como inglés, el sombrero acababa de librarme de multitud de molestias y tal vez de salvarme la vida".

Efectivamente, aquél capitán pirata de "rostro clerical" no era otro que el Padre Domingo Muñoz y la mujer medio desnuda de cabellos rubios, su compañera Wanda. Cuando la vió Houston estaba encadenada al palo mayor del Emmanuel, barco temido por todos aquellos que cruzaban las inseguras aguas del Caribe.

De todo ello se hablará en la próxima anotación.


jueves, 11 de febrero de 2010

Vida del Padre Domingo Muñoz I

Cuentan de él que era hombre de carácter reservado, de esos que conservan los pensamientos muy guardados en lo más profundo de su ser. Sus feligreses, los de aquella parroquia de Quito de la primera mitad del siglo XIX, le tenían por persona honesta, seria y de confianza. Era alguien en quien los secretos de confesionario morían una vez revelados. También era conocido por su peculiar manera de predicar, pues su extremada timidez hacía que sus palabras resbalaran de continuo por el paladar, provocándose tal tartamudeo que a buen seguro en más de una ocasión su fieles debieron armarse de gran paciencia para seguir el hilo de la prédica.

En fin, que todo apuntaba a considerar que el Padre Domingo Muñoz era un buen hombre, un casi santo de mirar huidizo, pero firme en las cosas de velar por la rectitud de su rebaño.

Sin embargo, el párroco tenía un secreto.

Wanda era una mujer muy conocida en Quito por su llamativa belleza. Al ser de origen ruso, lo cual resultaba muy exótico en aquellas latitudes, sus palabras resultaban adornadas de un curioso acento que en nada dejaba indiferente a quien la escuchaba. Era una mujer de mirada firme, alta de estatura y con una espléndida figura que se veía realzada por su larga y rubia cabellera.

Nadie sospechaba que, más allá de la habitual relación entre un párroco y su feligresa, hubiera algo entre ellos. Pero cuando el acaudalado “protector” de aquella murió en extrañas circunstancias, las autoridades abrieron una investigación que después de muchas pesquisas, dio en concluir que ambos eran amantes, y habían planeado y ejecutado el asesinato del difunto.

A Domingo lo encerraron en prisión y Wanda, que estuvo más avisada, logró huir a Colombia. En circunstancias diferentes, el párroco hubiera pasado unos meses en la cárcel esperando a ser ejecutado, pero en aquél entonces, tiempos de rebeliones y pronunciamientos, las cosas fueron muy diferentes: las tropas independentistas de Bolivar se acercaban a la ciudad, y todas las autoridades huyeron en desbandada. Como es habitual es casos como este, se saquearon palacios, edificios oficiales e incluso iglesias. Quito quedó absolutamente desgobernada, y en medio de aquél caos, alguien liberó a los prisioneros.

Lo último que sabemos de Domingo Muñoz en esta primera parte de su vida, es que aprovechó la ocasión y huyó bien lejos, a Colombia exactamente, antes de que el orden se restableciera, y a alguien se le ocurriera hacerle volver a la prisión para ejecutar su condena.

En destino le esperaba Wanda, con quien iba a compartir desde entonces una vida tan singular como inesperada.


jueves, 7 de enero de 2010

Hoja de avisos


Nostalgia. - Vuelta al trabajo. - El calendario. - Nieve. - Iago. - Mi vesícula. - El libro. – Introducción. – Direcciones útiles.

Con la nostalgia de los días pasados en St Jean de Cole vivaqueando todavía en mi memoria, comienzo a rehacer lo que va a ser mi vida en los próximos meses, seguramente hasta el verano. Imagino que llegaré como me ocurre habitualmente: dejándolo todo o terminado apresuradamente, u olvidado para marchar (huyendo del caos) de vacaciones.

Tengo la costumbre de inaugurar el año laboral colocando un nuevo calendario en la pared de mi puesto de trabajo. Así lo llevo haciendo desde hace tiempo. Este año le ha tocado a uno de National Geographic que reproduce en cada mes una cumbre montañosa, de esas perdidas en lo más remoto de las alturas, que parecen querer ser olvidadas y guardar su eternidad entre el silbo de los vientos y el brillo cegador del sol. Quizá sea el influjo de esa nostalgia de la que hablo, pero creo ver en mi elección de este año algo más que una casualidad.

Dicen que va a nevar a partir de mañana o pasado. Teniendo en cuenta que el 8 de enero de 2009, víspera del nacimiento de mi hijo, cayó una gran nevada sobre esta ciudad, sería una agradable coincidencia que volviera a hacerlo.

Parece que han esperado a que pase lo peor de las navidades para darme una noticia muy oportuna. Esas fiebres y malestares que me vienen molestando de un tiempo acá, son producidas por una colección de piedras que deben estar descansando plácidamente en mi vesícula. Solucción: muerto el perro, muerta la rabia; o dicho de otra manera, extraer el órgano en cuestión. “Así –pensé durante unos instantes-, es médico cualquiera”. En cualquier caso, buscaré una segunda opinión… Quizá sea porque el dueño de la primera, pretende que borre de mi dieta todas aquellas viandas y caldos que hasta el día de hoy eran parte importante de todos esos placeres de los que uno disfrutaba como un monje.

Por fin ha salido a la venta el libro. Les ha costado un poco, pero ya se puede encontrar en algunas librerías. Para celebrarlo, y también para que quién lea esto se haga una idea de lo que contienen sus páginas, van a continuación las dos primeras.



“Qui n’a pas l’esprit de son âge

De son âge a tout le malheur”

–Voltaire–



Poco podía imaginar Armando Pignatelli a lo largo de su vida que habría de dar con sus huesos en las cárceles de Zaragoza, y que cuando saliera de ellas sería para morir entre la locura, el dolor y la nostalgia. Él, uno de los aristócratas más poderosos de Europa y personaje solicitado en las reuniones de la buena sociedad del París napoleónico, luchaba en la soledad de su celda con el terrible mal que desde hacía decenios venía diezmando a su familia.

Lejos estaban aquellas cartas de Voltaire felicitando a sus padres por su nacimiento, o el cortante discurso de Rousseau en la visita que hizo a la casa de sus abuelos, los Egmont, para leer en público por primera vez el borrador de sus Confesiones. ¿Qué quedaba de todo aquello en esas primeras semanas de 1809?: apenas un hilo de vida que iba consumiéndose, a la par que ahí fuera lo hacía el ánimo de los zaragozanos en su resistencia al segundo sitio que habían puesto las tropas napoleónicas.

A Armando Pignatelli de Aragón, los libros de Historia suelen dedicarle –en las contadas veces que lo hacen–, unas escasas líneas retratándolo como un magnate afrancesado cuya principal ocupación consistía en perseguir a las bailarinas del Teatro de la Ópera de París. Esta caracterización, que no es la carta de presentación más favorable para abrirse un hueco en la historiografía, le ha mantenido ignorado respecto al análisis de los trascendentales acontecimientos en que, unas veces por propia iniciativa, y otras muy a su pesar, se vio envuelto.

La vida de Armando Pignatelli, Conde de Fuentes y Egmont, y, sobre todo, las dramáticas circunstancias por las que ha pasado a la Historia, difícilmente podrían ser entendidas sin conocer antes el amplio círculo que entre España, Francia e Inglaterra, abrió su abuelo y que sería decisivo para el devenir familiar durante los reinados de Carlos III y Carlos IV. Todo ello tuvo lugar, en gran medida, gracias a una acertada estrategia de alianzas políticas con el Conde de Aranda y su Partido Aragonés, que le llevaron directamente a primera línea de la diplomacia; y se complementó con una alianza matrimonial con la rama francesa del clan, los poderosos Egmont, convertirá a Francia en un poderoso foco de atracción para la Casa de Fuentes. Circunstancia que ejercerá una influencia particularmente intensa sobre Armando Pignatelli.

Los tiempos revolucionarios lo fueron de exilio y confiscaciones para los Pignatelli, que sólo retornaron a Francia con el ascenso fulgurante de Napoleón. Entonces brillará más alta que nunca la estrella de la Casa de Fuentes en la sociedad napoleónica, verdadero punto de contacto entre las antiguas aristocracias ilustradas y los meritócratas surgidos de los campos de batalla y los negocios bancarios, un mundo a caballo entre lo épico y lo pragmático, entre las antiguas maneras y los nuevos modos que anticipan el Romanticismo.

Hay algo de ese prerromanticismo en nuestro personaje, una actitud fatalista, nostálgica, que se verá decisivamente marcada por el estallido de la Guerra de la Independencia. Éste será el comienzo del fin del vendaval bonapartista, al tiempo que cortará de raíz la pujanza, tan pacientemente edificada a lo largo de décadas, de los Pignatelli.


Si a pesar de ello, alguno de mis pacientes lectores está interesado en hacerse con él, pueden encargar en su librería favorita el libro ”El conde de Fuentes. Vida, prisiones y muertes de Armando Pignatelli” de José Antonio Beguería Latorre e Ignacio Perurena Borobia, editado por la Institución Fernando el Católico. (ISBN 978-84-7820-991-0).

También lo venden algunas librerías por internet, aunque sólo voy a señalar las que respetan el material que venden y a sus autores. De los otros, de los que mercadean con los libros como si fueran sacos de piedras, quizá hable en una futura anotación, pues de ello hemos aprendido algo estas últimas semanas.

http://ifc.dpz.es/publicaciones/ver/id/2941

http://www.logi-libros.com/ficha.php?id=3747

http://www.calamo.com/?cat=-5

http://www.casadellibro.com/libro-el-conde-de-fuentes-vida-prisiones-y-muertes-de-armando-pignate-lli/1623760/2900001356786/es_es

http://www.marcialpons.es/fichalibro.php?id=100862112

Sin más, gracias y feliz año nuevo a todos.


Geoclock


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