"Es a mi madre a quién deseo enviar una carta. Vive en Pasinler y quiero que sepa que estoy bien, y que si Dios lo permite le enviaré dinero muy pronto"
"Necesito saber si mis tíos estan todavía dispuestos a recibirme en su casa de Aksaray, pues me dijeron que si no me iba bien por aquí, que fuera allá, que ellos siempre me darán cama y trabajo. Hace mucho de eso, y no se si todavía estarán dispuestos a ayudarme"
"Pronto encontraré aquí un buen trabajo, y entonces iré a buscar a mi novia para casarnos y traerla aquí. Quiero mandarle esta foto..."
"Estoy preocupado por la salud de mis padres y quiero enviar un dinero al doctor de Nazili, mi pueblo, para que no les falte de nada..."
"Me entregaron ayer esta carta y no entiendo lo que se dice en ella. Me la ha enviado el gobierno o el ayuntamiento, no lo sé...."
El escribiente escucha atentamente a cada uno de sus interlocutores al otro lado de la mesa. Esta acostumbrado a que le abran en pocas palabras todo un mundo de afectos, recuerdos y preocupaciones. Sabe como actuar en cada momento, y dar a cada uno el consejo, la lectura o el texto que necesitan.
Después, cuando el día haya caído y nadie se detenga ante su mesa, el escribiente recogerá sus bártulos y en silencio se marchará hacia su casa, sin haber escrito en ningún momento una palabra sobre sí mismo, o ¿quien sabe?: quizá lo hayan hecho un poco en todas y cada una de las cartas que le han encargado.