sábado, 19 de diciembre de 2009

Un regreso

Vuelvo a aquél lugar y no puedo evitar el sentir una emoción nerviosa, a medio camino entre el deseo de verme de nuevo allá, y el miedo a hollar con mi presencia un lugar que yo mismo había apartado del recuerdo de lo real, para convertir en algo casi mitológico. Mañana vuelvo a un lugar que abandoné años atrás, llevándose únicamente en el corazón un puñado de buenos recuerdos, la semilla de lo que después serían grandes y pequeñas esperanzas, y cerca de media docena de historias: ¿alguien recuerda a Max y Claudette?.

Tanto ha pasado desde entonces... ¿no es verdad, queridos amigos?.

Y mientras regreso a aquél lugar que se confunde con mis fantasías, desaparezco de éste no menos fabuloso, durante un par de semanas. Las justa para que acabe este año y comience el próximo. Sólo espero que el que viene sea tan gratificante como el que acaba, no sólo para mi, si no también para todos vosotros queridos amigos.

Hasta entonces, mucha salud.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Desde ahí arriba


En el segundo piso, Ista freía unos huevos. Con el rabillo del ojo vigilaba a su nieto, y éste sentado a sus pies cumplía afanosamente con el infantil ritual de reconocer un objeto: golpe contra el suelo, golpe contra el suelo y a la boca.

Debajo, como activado por un resorte que se pone en marcha por el sonido de la cuchara contra su techo, Herme, cartero jubilado, sale en pijama a su balcón con una botella de agua en la mano. Se le ve bastante desgreñado y achacoso, con pocas ganas de levantarse de la cama para hacer nada. Pero hay que cuidar las plantas: es de las pocas cosas que le ayudan a olvidar que un día fue el mejor de los correos de la comarca. Agua sobre la tierra, agua sobre la tierra y tose balcón abajo.

El racimo de virus va cayendo lentamente, revolviéndose con suavidad por entre los dedos del aire que corre por la Calle del Juicio abajo, hasta pegarse de frente contra la portada de la Catedral, justo contra las imágenes que adornando las arquivoltas que recrean a los condenados del juicio final.

Siempre que he bajado por esa calle de Tudela, con un nombre tan a propósito, he tenido la sensación de que ahí mismo iban a pesar mi alma frente a la pluma de Maat.

Afortunadamente, para cuando el envío del viejo cartero llegó hasta las puertas del templo, nosotros ya estábamos dentro, lejos de todo peligro, tras aquellos sólidos muros y abiertos a la cúpula celeste que cubre aquél lugar desde hace innumerables siglos. Volvíamos a encontrarnos bajo la llave de la catedral de Tudela.



- ¿Y de eso hace mucho? –me preguntó mi compañera Larouge.

- Mucho, de cuando el viento preñaba a las yeguas.

- En serio…

- Bueeno, de allá por la primera mitad del siglo XVI.

- ¡Pues venga, coloca al personaje y ponlo a andar!

- Tu mandas. Resulta que el dueño, o quizá mejor dicho quién colgó esa llave ahí, era un tal Carlos de Eza, de quién por aquellos años en los que vivió se decía que era “hombre escandaloso y que da ocasión a vías de hecho”.

- Vamos, que es como decir que gustaba de aclarar sus diferencias a punta de espada.

- No es extraño si recordamos la época en la que vivió, y si a esto le añadimos que era de noble cuna y por ello, podemos imaginarlo orgulloso y bastante altanero.

- Me hago una idea.

- Resulta que tenía un hermano que era canónigo y con él y un criado suyo fueron a visitar a unos primos lejanos, más nobles y poderosos que él, por cierto. Con ellos, tenía las diferencias que por aquél entonces separaban a agramonteses y beamonteses, y que había llevado al tal Carlos a huir a Francia, después de combatir junto al ya difunto Cesar Borgia. Pero además había otras diferencias que les tocaban más de cerca, y que parece ser debían de tener que ver con la posesión de algunas tierras.

- ¿Agramonteses y Beamonteses?

- Si. En términos muy generales eran los dos bandos en que se dividió el Reino de Navarra según se fuera partidario del rey consorte Juan II de Aragón o de Carlos, el conocido como Príncipe de Viana. Esto después se prolongo con las diferentes interpretaciones que hizo un bando y otro con respecto al derecho de sucesión.

- El escenario ideal para novelas como “La flecha negra” o aquellas otras del señor Scott.

- Así es. Como en el encuentro que tuvieron Carlos, el canónigo y su criado resultó muerto uno de aquellos familiares lejanos, al protagonista de esta historia lo apresaron y condenaron a muerte.

- Pero…

- Pero por ser quién era, imagino, se la conmutaron con la pena de servir en el oficio de las armas en Orán.

- ¿Y fue de allí de donde se trajo la llave?

- Noooo, sin prisas, que ahí deberíamos dejar a nuestro Carlos varios años luciéndose en lo que parece que hacía de maravilla, que era abrirse camino a golpe de hierro. De hecho fue tanto el mérito que debió de hacer que terminaron por enviarle a Italia, cerca de Milán, como gobernador del castillo de Pomblín.

- ¿Y allá se lució?

- Pues a tanto no llego en lo que te puedo contar, aunque sí que es en este momento donde empieza la historia, leyenda o lo que sea que realmente tiene que ver con la llave.

- Pues dale, y cuéntame de una vez que es lo que hace esa llave ahí colgada.

- Pusieron sitio al castillo de Pomblín…

- Lo mismo hicieron ahí lo que Montaigne cuenta de aquél otro lugar donde se rindieron al enemigo a condición de que dejaran marchar a las mujeres con todo lo que pudieran llevar encima…

- …si, y aquellas sacaron a los defensores del castillo montados a caballo sobre sus espaldas… ¡ja, ja! No, no se trata de eso. A nuestro Carlos se le ocurrió que, dado que las cosas pintaban mal, lo mejor era irse, pero con la cabeza bien alta.

- Orgulloso, como parece que era…

- Orgulloso, si. Una buena noche, cuando todo debía de estar ya perdido, los defensores del castillo desaparecieron de él como por arte de magia. Cuando al día siguiente los sitiadores descubrieron la sorpresa, se dieron cuenta además de que quienes habían marchado, lo habían hecho dejando toda la fortaleza celosamente cerrada… No sólo les privaban del protocolo de entrega de la llave del lugar, que por aquél entonces era el momento culminante de un sitio, sino que además les obligaban a entrar en ella tirando por delante toda aquella puerta que se encontraran.

- Entonces…

- Esa es la llave. La trajo hasta aquí, mando colgarla sobre la capilla que su familia mandó construir en esta catedral, y retó a sus enemigos a que vinieran a por ella si se les ocurría reclamarla.

- Y no vino nadie…

- Claro está.

- Pero es una leyenda…

- O no. Quién sabe. Parte lo dicen los libros de historia. Parte se cuenta, aunque yo no lo he visto escrito. Y algo de ello hay que quizá me lo haya inventado yo.

- Entonces es mentira.

- No lo creo.

- ¿Verdad?

- Tampoco estoy seguro.

Fuera, desde las alturas de su balcón, el nieto de Ista lanzaba mijagas de comida sobre el balcón del viejo Herme. Hasta el niño se extendía un rastro de desechos en los que con un poco de esfuerzo podían distinguirse restos de cartas troceadas en mil pedazos, algún periódico humedecido y gran cantidad de bandejas de polifam del Todo-Todo del barrio. El pequeño Jesús había empezado rastreando las cáscaras de aquellos huevos que vio romper a su abuela, pero la cantidad de cosas que habían encontrado en aquél cubo, hizo que perdiera el recuerdo de lo que buscaba.


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