viernes, 16 de enero de 2009

Mañana, día 9 de enero

¿Por dónde empiezo?

¿Por dónde va a ser?, por el principio de todo.

Está bien. Aquél día nevó como no lo había hecho desde hacia cosa de 30 ó 40 años. Eso es por lo menos lo que dijeron los periódicos de la ciudad al día siguiente. En otra ocasión hubiera estado encantado de detenerme en la cuneta de cualquiera de las carreteras que frecuento mientras trabajo, para disfrutar de esa lenta caída de copos de nieve que reduce la gama de colores de todo lo que nos rodea, hasta convertirlo en un blanco y negro marmóreo, brillante, acogedor.

Continúa. Sin rodeos.

Me refiero al jueves de la semana pasada. Hace ahora ocho días. Si digo eso de que en cualquier otra ocasión hubiera estado encantado de detenerme a disfrutar de la caída de la nieve, es porque algo me hizo abandonar el trabajo rápidamente aquél día y correr a un hospital que en circunstancias normales llegaría en 15 minutos, pero que la nieve lo alejó tanto que no llegamos hasta hora y media después.

¿Y qué fue ese algo?

Una llamada. Apenas recuerdo lo que me decían en ella.

Sólo que salí corriendo para casa.

Y de ahí al hospital.

Hora y media de coche en medio de una terrible nevada.

Nervios ...................................miedo................................................. inquietud.

Esperar a que nos atiendan.

Esperar a que la monitoricen.

Esperar.

Esperar. Esto es también lo que nos dijeron que debíamos hacer hasta el día siguiente: habitación 114, si para mañana a mediodía no hay nada, lo induciremos.

Eran entonces como las 3 de la tarde. Llamadas, smeses y alguna revista del quiosco que hay a la entrada. Demasiada poca leña para el fuego de la inquietud. De cualquier manera, no queda otra que

Esperar. Hasta mañana.

Mañana..., continúa con esa nota que tienes en la mano.

Mañana, día 9 de enero de 2009. Hace cosa de dos horas, a las 10 y 3 minutos exactamente, has llegado por fín. Tu madre y yo te esperábamos desde hacía mucho tiempo, y por eso todo lo que hay hasta el día de hoy lo recordaremos como el ayer, como un periodo de nuestras vidas en el que algo tán importante como tú todavía no estaba. Contigo llega el mañana, y seguramente la hipoteca a tu favor del bien más preciado que poseemos: nuestro tiempo. Tiempo, amor y esperanzas que hasta ahora conservábamos para nosotros, serán ahora todos para tí. Todavía no lo sabes, ¿verdad?

Seguramente, querido Iago, alguna vez nos preguntes por el día en que naciste, si recordamos algo de ello... Es muy posible que nuestro relato comience así:

“Aquél día nevó como no lo había hecho desde hacía cosa de 30 ó 40 años...”

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