jueves, 28 de abril de 2011

El sonido de la tierra tragada por los gusanos

Leo en casa de unos amigos algo sobre los caminos, senderos y deseos que uno debe cruzar haciendo soledades para llegar a no se qué lugar... Lo mismo da. El destino, o el final si se quiere, no es lo que importa: más bien es lo que se quiere evitar, alargando marchas, y deteniéndose cada dos por tres en este o aquél ventorro para mitigar la sed, o hincar los dientes a alguna vianda de la que hace fama, o su honor, la tierra por la que se pasa.

Pero bueno, que no puedo evitarlo: cada vez que suena en mis oídos la palabra camino, revive en mi memoria el sonido del barro seco hollado por el paso lento y silencioso del viajero. Cada uno tendrá su sonido en la memoria, pero el mío es éste y la convicción de que quizá sea esa sensación de viaje, de continuo vagar, la que nos hace sentirnos especialmente vivos.

Recuerdo haber estado así de vivo hace muy pocos días. Era muy lejos de aquí, de donde ahora estoy, en un lugar donde no valen conexiones, ni coberturas: todo es silencio, y el escenario permanece cubierto por una niebla que lo abarca todo, haciendo creer al visitante que seguramente es eterna.

Esa misma mañana, mientras me desayunaba unos huevos con cecina en La Iglesuela, me hablaron de los viejos pilones que señalan, desde tiempos remotos, los caminos de la comarca para que el viajero no se pierda entre esas brumas o nieves que, como si se tratara de otra especie de bandidos, esperan atrapar al caminante a las afueras de los pueblos

- Hasta bien llegado al Puerto de las Cabrillas, camino del Portell, usted podrá ver muchos de ellos que todavía sirven para orientar a los pastores, o a cualquier otro caminante que se ande por aquellas alturas.

Caminaba en estos pensamientos, recordando lo que nos había hecho llegar sin premeditación alguna hasta aquél lugar, cuando el silencio en el que nos envolvía aquella niebla me devolvió a la estepa por la que llevábamos un buen rato caminando. Asomaba por entre esa quietud un crepitar suave, casi sedoso, desembarazado de la brusquedad que produce al arder la rama fina y seca. Pensé en el roce de la niebla con el suelo, pero no podía ser. Quizá alguna mata o árbol, que había escogido ese momento para estirar un poco más sus raíces. ¿Quién sabe, pensé?

Entonces recordé que aquél sonido era muy parecido al que oíamos -o por lo menos creíamos oir-, la chiquillería de Onara cuando salíamos antes de la madrugada a cazar txitxares para luego ir a pescar. Había uno que plantaba la oreja al suelo, nos pedía silencio y rebuscaba con ella ese peculiar sonido que, decía, avisaba de la existencia en aquél lugar de tan preciado botín.

- ¿Cómo sabes que ahí encontraremos txitxares?

- Porque los oigo mientras se arrastran por debajo de nuestros pies comiéndose la tierra...

A nosotros aquella imagen nos produjo bastante estupor; ¿se comían la tierra?, ¿la misma sobre la que caminamos y vivimos?, ¿quiere decir eso que algún día todo quedará como un gran queso de bola, en el que montes, valles o poblaciones desaparecerán completamente del mapa, engullidos por los dichosos gusanos?, ¿No sería mejor salir corriendo camino abajo antes de que nos tragaran?

Conocíamos muy bien los senderos que recorren Onara. Era muy difícil que alguien o algo fuera capaz de atraparnos en ellos. Sus trazos se enredaban en aquél valle como si se tratara de uno de esos enormes ovillos que nuestras abuelas acariciaban suavemente entre sus manos, antes de convertirlos en un jersey que nos protegería de los rigores del próximo invierno.

Cuando terminaba de amanecer, y el suelo quedaba salpicado de sol, recogíamos los bártulos y marchábamos al rio, muy cerca de la vieja central eléctrica, a probar fortuna con los comedores de tierra que habíamos capturado. Al llegar, nos sentábamos junto a la orilla, y mientras preparábamos nuestros cebos y cañas, la niebla iba despejando el cauce del rio.


8 comentarios:

anarkasis dijo...

txitxares??, ¡que suerte tenías por allí!, en la mancha, tenías que socavar 20 metros de acequia para sacar un bote de lombrices en primavera y ponerlas a criar con los restos del café, el partirlas por la mitad no era banal maldad, sino que esto aceleraba el proceso de regeneración..., en verano no había quien encontrara este tesoro, se podía sustentar la pérdida con melaza y una palmeta, zas y zas y zas hasta llenar un dedo de moscas en un bote de pastillas medicinales...
Desde luego mi peor recuerdo es lo despacio que pasaba el tiempo, no era consciente de que los caminos podían cambiar su recorrido, ahora ya que han cambiado mucho, algunos me cuesta reconocerlos, y reconozco que el tiempo pasa muy muy deprisa, como yo por tu bloc,

Charles de Batz dijo...

Algo bueno tiene que darse por aquí, que los Chardines y otros ilustres pintadores se quedan siempre en aquellos lares, sin dejarse asomar por estos.

Pasaba despacio el tiempo, si señor, tan despacio que en cuanto descansó lo suficiente, echó a correr para no dejarnos ver apenas lo que pasa ante nuestros ojos.

Pasate todo lo deprisa que quieras, pero no dejes de hacerlo.

Salud

Freia dijo...

Buenas noches mi buen Charles.

Yo de pequeña tenía una cierta fijación con las hormigas. Como era introvertida, gafotas, gordota y torpe no solía secundar los juegos del grupovy me aislaba. Me fascinaba tumbarme en la tierra y contemplar a las hormigas. Metía una pajita en el hormiguero y las contemplaba en el aire o en las hileras que formaban camino de la guarida. Odiaba su olor, pero me fascinaba. Durante años odié una pomada que me untaba mi madre porque olía a ellas. Años después descubrí que uno de sus componentes era el ácido fórmico.
En otro orden decoras, preciosa la descripción de la niebla y del sonido de la tierra.
Estoy segura de que el piratuelo se lo tiene que haber pasado pipa.

Vénganse a los madriles, que Chardin todavía anda por aquí y el Retiro está precioso. Un abrazo doble y un beso en el ombligo al aventurero.

Freia dijo...

Besotes a mi querida Anarkasis

Charles de Batz dijo...

Querida Freia !qué más quisiera que pasarme por allá!Tentado estuve pero quedó en agua de borrajas. Menos mal que un alma caritativa ha compensado mi inasistencia a la exposición de Chardin con el mejor de los sustitutivos ;)

!Una pomada con ácido fórmico! Contado como lo haces, habiendo compartido con ellas juegos infantiles, resulta terrible... Así somos los humanos.

Veo que has reaparecido con un jugoso post, que, con tu permiso pasaré a leer con toda la calma que se merece mañana mismo, quiero disfrutarlo cuando tenga la vista aún clara, y no me empieza a molestar y resultar un poco engorrosa al terminar el día.

Estoy seguro que el veloz Anarkasis ha recibido ya tus besotes.

Otros tantos para vosotros del pequeño grumete y sus padres.

Gracias por estar ahí.

Muchísima Salud.

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Qué preciosa entrada y como me revive los escasos días de niebla que hay en Jáen y como me prohibían entonces salir por miedo al lobo. Olvidaban que al lobo le hicieron dejar Sierra Morena una década antes de nacer. Nosotros buscábamos galápagos en los cañizares aquellos días sombríos.

Donde ahora vivo los días de nieblas y brumas son muy abundantes.

Abrazos y gracias.

Charles de Batz dijo...

Sólo por el recuerdo que has compartido con nosotros, tan evocador, merece la pena volver a internarse en las nieblas de la memoria.

Siempre es un placer encontrarte por mi casa.

Mucha salud

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Por qué será que sin encontrar motivo que lo explique regresé a esta entrada a repletarme de nostalgia por la niñez perdida y también por tu prosa abandonada. Esto de los blogs, no es lo que era o nosotros hemos cambiado, Charles.

Una abrazo.

Geoclock


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