Tengo la costumbre, cuando el paso de los acontecimientos dejan en mí un poso diferente al que a diario acostumbra, de retirarme a leer tranquilamente y en total silencio, durante todo el tiempo que me sea posible, la copia de algún documento antiguo de esos que guardo con especial cariño en un rincón de mi casa. En otras ocasiones, echo mano de mi querido ejemplar de Los Ensayos de Montaigne, como buscando consejo, o la voz cálida de un fiel compañero. Unos y otro son los principales refugios a los que la costumbre de muchos años me lleva, cuando es el momento, a buscar la paz, el sosiego y la reflexión.
Hace unos días tuve la inmensa fortuna de conocer personalmente, después de mucho tiempo, a un puñado de buenos amigos. Acompañado de La Rouge y el pequeño Iago, aquella mañana disfruté de unos maravillosos momentos, en los que se mezclaron a iguales partes la alegría del encuentro y el placer de la conversación. El tiempo se hizo corto, y eso a fe mía que es buena señal, pues marchamos de allí con el corazón arropado por el mejor de los ánimos.
Después de una visita familiar, en la que merendamos plácidamente, regresamos a casa con una extraña y agradable sensación de dulce reposo. Todavía clareaba el día y me quedaba tiempo para acomodarme en mi rincón favorito de la casa, con el objeto de cumplir con el ritual que un día como aquél exigía.
Rebuscando entre los papeles que descansan apilados junto a otro montón de papeles que esperan su momento, di con tres hojas de la Gazeta de Madrid del 11 de noviembre de 1766, en las que se transcribe una carta enviada desde París el 27 de octubre del mismo año. En ella se cuenta cómo una fragata llamada “Modesta”, con 24 cañones y 70 personas entre tripulación y pasajeros, ardió en medio de su trayecto entre Marsella y Cabo Francés. La carta se acompaña de una relación escrita por el Capitán de la fragata, un tal Jules Gayet, que hace un relato de los hechos lleno de emoción y de una calidad que, en ocasiones, asemeja mucho a una crónica periodística. Esta es:
"EI 15 de septiembre partí de la Rada de Marsella, poniendo la proa a Cabo Francés. Navegamos con viento favorable desde aquel día hasta el 19 a las diez de la noche. A las once y media nos sobrevino una furiosa tempestad, y cayó una centella en la fragata: atónita la mayor parte de la tripulación fue trastornada, y muchos marineros heridos apenas podían levantarse; pero no falleció persona alguna, y solo dos caballos que llevábamos cayeron muertos. Después de habernos reconocido en medio de la obscuridad de la nube que circundaba el navío, y desvaneciéndose el primer susto, mandé inmediatamente reconocer la embarcación. No se descubrió indicio alguno de fuego en toda ella; mas apenas habíamos comenzado a consolarnos, cuando un olor de azufre nos anunció el peligro que nos amenazaba. El negro humo que le produjo se elevó y condensó visiblemente: venia de lo mas profundo del navío: se grita por agua, y se echa abundante por todas partes; pero la humareda iba siempre en aumento.
Di orden para que la pólvora se arrojase a toda prisa por las cañoneras de la Santa Barbara. Mandé a los Oficiales hiciesen echar al mar nuestras dos Canoas y aunque se ejecutó con demasiada precipitación, arrojándose a ellas de tropel, solo un hombre he visto perecer. Al mismo tiempo se hicieron varias aberturas para que entrase por todos lados mayor porción de agua en la bodega. Todos nuestros esfuerzos son inútiles: el fuego va a acabar con nosotros: el horror de una ultima noche, la ninguna esperanza de socorro, y el espantoso genero de muerte que nos aguarda, sé aumenta con el resplandor de las llamas, que nos cercan por todas partes. Prendiose el fuego en la Chalupa que nos quedaba, quitándonos este único y último recurso: a cuya vista se unió un triste desfallecimiento a la mayor consternación. El incendio hace rápidos progresos, y a medio quemar se desprende y cae el palo mayor, estando ya abrasada toda la popa de la Fragata. Las afligidas reliquias de la tripulación y pasajeros se amontonan, comprimen y fatigan, retirándose temblando a la proa, y desde este último y único asilo extienden los brazos hacia la tierra, que no miran muy distante; pero el viento que sopla de aquella parte nos rechaza sin permitirnos abordar. Ya no quedaban mas recursos en lo humano: era preciso perecer entre las llamas, o arrojarse al mar con la débil esperanza, de salvarse al favor de algunos destrozos de la fragata.
Entre doce y una de la noche llegan las llamas al gallardete de popa, arrojándonos enteramente del navío. Gritan entonces : libertaos Capitán que aun estáis a tiempo: mirando al rededor y exhortandonos mutuamente a sostenernos y ayudarnos en cuanto fuese posible, pasamos de una a otra jarcia , alejándonos del fuego para acercarnos a otro elemento que nos debía sumergir. Llegamos por fin a la extremidad del palo mayor, que manteniendo siempre el de gavia, la gavia principal, con los obenques, antenas y velas, formaba un espacio suficiente para recibirnos a todos comno sobre una balsa.
Al amanecer del Sábado 20. reconocí se hallaban conmigo hasta 34 personas; y en esta triste situación, que duró cuatro días , el Omnipotente, a quien no cesé de invocar nos conservó hasta en numero de 19. Los niños y galopines o pajes de escoba, fueron los primeros que rindieron su espíritu al Criador: los mas débiles iban espirando sucesivamente, anunciándonos que no tardaríamos en seguirlos. Ya no esperábamos mas que este último instante; y al ver el fin del primer día , que fue el mas largo y triste de nuestra vida, no nos lisongeabamos poder resistir al tormento de una noche aun más dilatada y más insoportable. Los infelices, cuyo juicio estaba trastornado con el delirio de la calentura; me preguntaban quien de nosotros debía ser degollado el primero para servir de alimento a sus compañeros. Otro me pidió lastimosamente dinero para ir a comprar que comer. Los que desmayados o entorpecidos se desprendían del palo, nos advertían su muerte con el estrépito de su caída: y como a este tiempo se estremecía fuertemente el palo flotante, nos hacían beber a todos el agua amarga. Exhorté y animé a los que como yo aun conservaban su juicio; pero mi voz, que no he recobrado todavía, se iba extenuando con mis fuerzas. Por primer favor nos concedió el Cielo una calma que nos dejó fluctuar suavemente entre la vida y la muerte. Durante dos noches vimos las llamas de la fragata abrasada, y cuando se calentaron los cañones, tuvimos que sufrir el fuego de nuestra artillería. No hemos tenido noticia alguna de las embarcaciones a remos, ni sabernos si viven los que pasaron a su bordo, ni los demás que pudieron salvarse en algunas tablas de la fragata. En cuanto a nosotros, esto es, los que estaban conmigo, perecieron 17 a mi vista.
Finalmente el Martes 23 de Septiembre por la noche, al favor de la luna, descubrieron algunos de nuestros marineros un pequeño bagel inglés, que pasando a bastante distancia no nos percibió; y aunque dieron grandes voces, tampoco pudieron oírlas. Echaronse valerosamente a nado dos de nuestros marineros para ver si lograban alcanzarle; pero no pudiendo fiarse en las pocas fuerzas que ya tenían, se ayudaron de la antena de papagayo para sostenerse, y de sus brazos para remar. Y habiendo alcanzado felizmente al navío ingles, tuvieron la fortuna de encontrar con hombres siempre dispuestos a socorrer a sus semejantes. El capitán Thomas Hubbert, que mandaba esta Embarcación, dio orden de echar inmediatamente su Canoa al mar, y a las 9 de la mañana, a seis o siete leguas de distancia del cabo de Moulin, fuimos recibidos a bordo del Senante Ingles, con toda la humanidad posible, hasta en número de 19. El Capitán me dio luego un baso de vino para repararme ; pero con la esquinencia que tenia , solo pude con bastante trabajo pasar algunas gotas. Presentose otro baso al Sr. Fauquete, que era un joven vigoroso y fuerte, y al arrimarle a los labios, se agitó repentinamente por una especie de convulsión, apretó y despedazó el baso con los dientes , y cayó muerto a nuestros pies...”
Al terminar la lectura de esta carta, uno no pudo evitar el pensar en el destino de esas gentes; en si sobrevivieron o sus padecimientos tuvieron un mal fin, parecido al del tal Fauquete; ¿qué fue de aquellos que saltaron a la barca de remos, o de los que pudieron salvarse sujetos a las tablas flotantes?. Ahora ya poco importa. Seguramente para los que lo pudieron contar, la cosa quedó en poco más que una experiencia que relatar a sus compañeros, amigos y familiares en torno a un buen vaso de aguardiente en cualquier taberna de Marsella. Después, volverían a la mar.
Encontré todo esto tan parecido a esas lecturas llenas de salitre, honor y aventura que aquellos amigos de los que hablaba al principio revivieron en mí hace ya algún tiempo, que casi podía ver en historias reales como estas, la fuente de la que bebieron las musas que inspiraron algunos de los mejores relatos de Stevenson.
Comenzaba a anochecer.
Volví a dejar esas hojas en su lugar. Corrían por mi memoria todos los hechos vividos durante aquél día, las historias que intercambiamos, el placer de descubrir otras vivencias que el destino ha hecho que confluyan con la nuestra...
De la misma manera que a uno se le puede hacer extraña, o por lo menos lejana, la vida de aquellos navegantes, se me antoja que también le resultará a alguien en el futuro -quién sabe si ya, ahora- esta curiosa manía que tenemos de lanzar al vacío de la web nuestros pensamientos y ocurrencias más variopintos.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? -nos preguntábamos al hablar de nuestras bitácoras.
No lo sé, seguramente fue cosa del destino, de las circunstancias propias de cada uno. No lo sé, pero prefiero quedarme con aquello que dijo el maestro Montaigne en uno de sus más deliciosos ensayos:
“Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra, del todo libre, donde fijar nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad”
10 comentarios:
Precioso relato el de "La Centella". Cuando lo leía, no he podido evitar acordarme de "La balsa de la Medusa", cuya terrible historia conmocionó a la sociedad francesa y que fué inmortalizada en un cuadro maravilloso y terrible.
Y me hubiera gustado encontrar a mí la cita de Montaigne, que no puedo evitar volver a repetir. “Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra, del todo libre, donde fijar nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad”. No sabes hasta qué punto me identifico con esas palabras.
Un fuerte abrazo.
Al inicio el año y la Gazeta de Madrid me hicieron creer, a pesar de las imágenes, que versaría sobre el Motín de Esquilache. También recordé La Medusa aunque el naufragio de ésta fue posterior.
La entereza del capitán, el marinero descentrado que pide dinero para comprar, el colapso de Fauquete y el empecinamiento de la madera en arder pese al agua forman parte de esos textos que se recuerdan con el tiempo. Entroncan con mis lecturas juveniles hasta parecer el azulejo caído. Y además fueron reales y me hace pensar en esa pobre gente. Qué bien Charles, gracias.
Sí, hay que cuidar nuestra trastienda, la mía la tengo muy abandonada. Cosas del tiempo libre y puede que de la desgana gane terreno.
Montaigne tiene una lucidez casi dolorosa por eso supera el tiempo como pocos.
Iago debe de estar guapísimo.
Un abrazo a todos.
Maravillosa entrada, querido amigo, desde los inicios hasta el final, pasando por esa carta estremecedora. Y me ha ocurrido como a fab-golem, que he pensado en la balsa de la Medusa, porque además, hace apenas unos minutos he leído una referencia a ella en otro blog.
Quizá nosotros, navegantes cibernéticos, lleguemos también a naufragar. Pero nuestro naufragio, se si produce, no costará vidas humanas, sino, en todo caso, vidas e historias inventadas. ¿Tienen esos frutos de nuestra imaginación o de nuestros deseos, o de nuestro intelecto más derecho a vivir que las personas?
Besos, querido amigo, tus posts son siempre inteligentes, amenos y entrañables.
La referencia a la Medusa es inevitable A mi mismo me pasaba mientras transcribía el texto y, sobre todo, cuando llegaba a la parte del marino que le decía al capitán aquello de que se comerían a los muertos. Creo recordar que cuando leí hace tiempo las "Memoires du Capitaine Dupont", uno de los supervivientes de la Medusa, pensé en contar algo de ello, e incluso tomé alguna nota... Pero no recuerdo donde las dejé.
Querido amigo Fab, tu también has encontrado la cita; en otro momento, pero las has encontrado, y eso es lo que importa. Creo entender la identificación que sientes con ella, pues hasta cierto punto me ocurre algo parecido.
Una época realmente apasionante, ¿verdad amigo Goathemala?. Celebro que hayas disfrutado de la lectura de la carta, que para mí no sólo sobresale por lo que cuenta -que ya es mucho-, si no por cómo lo cuenta: lo digo y lo vuelvo a repetir, es como en ciertos momentos de la redacción el autor cediera su pluma a un cronista de nuestra época.
Supongo que esto de tener abandonada la trastienda va por rachas, yo ando en lo mismo, pero espero que tanto tú, como yo y otros muchos echemos mano algún día de la escoba, quitemos telarañas y volvamos a llenar de vida estos cuadernos nuestros.
Totalmente deacuerdo con lo que dices de Montaigne.
¿Iago?, !qué te va a decir su padre, que es el niño más guapo del mundo!.
Agradezco mucho tus palabras, querida Isabel. Y hermosa la reflexión que haces. Uno, si hubiera tenido más habilidad en esto de la escritura, hubiera dado con la manera de establecer un paralelismo entre la centella que hace arder el barco, y aquella que nos hace correr al ordenador a escribir unas lineas... No he sido capaz de hacerlo, pero tu si que has podido entederlo. Muchas gracias por ello.
Gracias a todos por vuestras palabras y por vuestra visita.
Salud
El miércoles pasado fondeé áquí mi nave, quizás fuera el martes, me volví a encontrar con Mme. Caroline y con Restif, de quien efectivamente había leido en Nerval. La semana anterior justamente andaba enredado en "Los iluminados" (donde Restif es uno de los principales) cuando Vere me comunicó por teléfono una muy agradable noticia.
Vuelvo en mi periplo, perdido por la ausencia de mi farero; entre la llamada de Vere y hoy, me ha ocurrido lo mejor de todo este verano, la visita de mis mejores amigos y conocer a unas personas maravillosas, unos casi desconocidos amigos que si ya nos tenían ganada su amistad, ya forman parte de nuestro corazón.
Sobre el escrito no puedo añadir nada que no se haya comentado, especialmente por la perspicacia de Isabel. La carta del capitán Gayet, como algunas otras del estilo podrían formar parte de cualquier buen relato marinero, de hecho se lee como un relato de ficción.
Y sí, para mí también el ensayo sobre la soledad de Montaigne está entre lo más brillante, no solamente de él sino de muchos pensadores.
Sobre Iago, yo que no soy su padre y creo ser imparcial, es un hermosísimo niño que además apunta para gran gourmet.
Salud y un fuerte abrazo.
A fe mía, amigo Herri, que estabas bien acompañado con Monsieur Retif, Mme. Caroline y el bueno de Gérard Labrunie. Así lo único que deben llegar son buenas noticias.
Que Iago apunta para buen gourmet es una gran verdad !vive Dios!, que todavía lo recuerdo hace unos días no quitando ojo a un pedazo de Reblochon, mientras intentaba aprovechar un despiste mio para hacerse con mi copa de Larmandier. Menos mal que con las papillas, que acaba de empezar a tomar, no parece ser demasiado exigente...
Sin duda que este verano está siendo el de los buenos encuentros; y uno, que es muy sensible a estas cosas, va haciendo cada vez más sitio para aquellos que le hacen el honor de entrar en su corazón.
Que el verano, pues, os siga siendo favorable y lleno de salud.
en primer lugar saliendo de galeras y entrando en goletas...
esta, primeramente pensó que era el nombre de la goleta, " la Centella "
ya andiluego cuando quedaban en la balsa desesperaos, también pensé en la balsa de la medusa,
más andespués llegué a la conclusión de lo caro que sigue estando el metro cuadrado de trastienda en todas partes y en todos los tiempos
La verdad es que sí, amigo Anarkasis, que saltamos de galeradas a fragatas sin ninguna conteplación, nos montamos una barbacoa de Medusa y terminamos hablando del precio del ladrillo para construirnos una trastienda. A lo mejor, si, fletamos una goleta, le ponemos "Centella" por nombre y salimos a piratear un poco por ahí. Siempre con el permiso de la Ministra Sinde scargas, claro está.
Salud
Pues a mi, me ha traido a la cabeza el relato la potencia metafórica del naufragio, su capacidad para vernos reflejados en él, utilizaré el manido -citando a Ortega- que lo explica mejor: "El hombre vive habitualmente sumergido en su vida, náufrago en ella, arrastrado instante tras instante por el torrente turbulento de su destino..". Pero es cierto que, aunque me ponga sentimental, sin naufragio no estaríamos aquí escribiendo estas cosas -a lo mejor en la tienda despachando-.
Salud, buenos vinos y más ratos como aquellos.
"...es decir, que vive en estado de sonambulismo sólo interrumpido por momentáneos relámpagos de lucidez en que descubre confusamente la extraña faz que tiene ese hecho de su vivir, como el rayo con su fulguración instantánea nos hace entrever, en un abrir y cerrar de ojos, los senos profundos de la nube negra que lo engendró." No quería, apreciado Vere,dejar la frase coja, ni la idea incompleta de esa extraordinaria cita que nos regalas. La segunda parte, su final, tiene para mí algo Baudelairesco -si se me permite- por la idea que transmite. Y también en su forma, por eso de la imagen de negras nubes engendrando filósofos, del mismo modo que algo igual de trágico es lo que trae al mundo al poeta:
Lorsque, par un décret des puissances suprêmes,
Le Poète apparaît en ce monde ennuyé,
Sa mère épouvantée et pleine de blasphèmes
Crispe ses poings vers Dieu, qui la prend en pitié:
-"Ah! que n'ai je mis bas tout un noeud de vipères,
Plutôt que de nourrir cette dérision!
Maudite soit la nuit aux plaisirs éphémères
Où mon ventre a conçu mon expiation!
Puisque tu m'as choisie entre toutes les femmes,
Pour être le dégoût de mon triste mari,
Et que je ne puis pas rejeter dans les flammes,
Comme un billet d'amour, ce monstre rabougri,
Efectivamente, seguramente sin esas negras nubes, sin esos naufragios o esos decretos de potencias supremas, no estaríamos aquí.
Ahora, sólo nos queda la esperanza de no tener que abandonar esta balsa, del mismo modo -tan radical- en que lo hizo uno de los personajes más entrañables de la literatura universal; aquél que cantaba aquello de
Je suis tombé par terre,
C'est la faute à Voltaire,
Le nez dans le ruisseau,
C'est la faute à Rousseau.
Salud y bien regresado, amigo.
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