Recuerdo que fue cosa de la casualidad el que llegara a saber de Francis Parkman. Una tarde de esas que llenamos de pereza, sin mayores ganas que las de ordenar unas viejas revistas y fascículos de cuando uno era poco más que un adolescente, di con una titulada “La conquista del Oeste”. En la portada nos prometía a sus lectores saber de las aventuras del mítico Jesse James, pasearnos por las calles de la peligrosa Dodge City, conocer a los indios Pueblo y acompañar a los colonos en su peregrinaje hacia la tierra prometida del oeste, siguiendo la ruta que por aquél entonces empezó a conocerse como “El Camino de Oregón”. Recordando una película que con ese mismo título había visto poco tiempo antes en una sesión de tarde de un canal autonómico, decidí detenerme a leer este último artículo. Parkman me esperaba escondido entre sus páginas, subrayado hacía ya mucho tiempo con un lápiz rojo junto al título de su obra más conocida.
Francis Parkman. Para cuando emprende la aventura que relata en su libro “El Camino de Oregón”, -por aquél entonces debía tener cosa de 23 años-, el tiempo y la fortuna le habían permitido ya graduarse en Harvard, cruzar el Atlántico y dedicar cosa de un año a disfrutar de lo que entonces se llamaba el Grand Tour. Cuentan que en Roma intentaron convertirle sin éxito al catolicismo, que en Nápoles pasó días enteros al pié del Vesubio esperando ser testigo de alguna de sus erupciones, y que cruzando los Alpes vagó perdido por entre sus nieves durante cerca de dos días, hasta que unos pastores dieron con él ya a punto de morir.
Pero Parkman no debía ser amigo de estarse quieto mucho tiempo, y al poco de su vuelta a los Estado Unidos decidió unirse a una partida de cazadores que marchaba hacía el oeste, siguiendo el Camino de Oregón. Su intención era narrar después al público norteamericano lo que había y lo que ocurría por aquellos extensos territorios vírgenes que se extendían hasta el pacífico, y por los que sólo las caravanas de colonos, las partidas de caza o los indios que habitaban en ellas, se atrevían a pasar.
Hasta aquí llegaba más o menos lo que mi lectura de la revista reencontrada y una rápida consulta al google me permitieron saber. Algún tiempo después conseguí el libro, y fué poco el esfuerzo que tuve que hacer para comenzar su lectura. Más aún cuando recién entrado en su primer capítulo, titulado "La frontera", uno se encontraba con párrafos como éste:
"Los pasajeros a bordo de Radnor no desentonaban con la carga. Los camarotes los ocupaban comerciantes de Santa Fe, jugadores, especuladores, y aventureros de diversos pelajes. En cuanto a la proa, se hallaba atiborrada de emigrantes hacia Oregón, hombres de la montaña, y también negros, y un grupo de indios kansas que venía de visitar S. Louis".
Ahí comenzaba su aventura, y la mía como lector. Poco sabía entonces que me iba a llevar por derroteros inimaginables, muy lejos de las extensas praderas que parecían esperarnos a Parkman y a mí. Esta primera parte de mi relato iba a tener poco que ver con lo que después vendrá.
Francis Parkman. Para cuando emprende la aventura que relata en su libro “El Camino de Oregón”, -por aquél entonces debía tener cosa de 23 años-, el tiempo y la fortuna le habían permitido ya graduarse en Harvard, cruzar el Atlántico y dedicar cosa de un año a disfrutar de lo que entonces se llamaba el Grand Tour. Cuentan que en Roma intentaron convertirle sin éxito al catolicismo, que en Nápoles pasó días enteros al pié del Vesubio esperando ser testigo de alguna de sus erupciones, y que cruzando los Alpes vagó perdido por entre sus nieves durante cerca de dos días, hasta que unos pastores dieron con él ya a punto de morir.
Pero Parkman no debía ser amigo de estarse quieto mucho tiempo, y al poco de su vuelta a los Estado Unidos decidió unirse a una partida de cazadores que marchaba hacía el oeste, siguiendo el Camino de Oregón. Su intención era narrar después al público norteamericano lo que había y lo que ocurría por aquellos extensos territorios vírgenes que se extendían hasta el pacífico, y por los que sólo las caravanas de colonos, las partidas de caza o los indios que habitaban en ellas, se atrevían a pasar.
Hasta aquí llegaba más o menos lo que mi lectura de la revista reencontrada y una rápida consulta al google me permitieron saber. Algún tiempo después conseguí el libro, y fué poco el esfuerzo que tuve que hacer para comenzar su lectura. Más aún cuando recién entrado en su primer capítulo, titulado "La frontera", uno se encontraba con párrafos como éste:
"Los pasajeros a bordo de Radnor no desentonaban con la carga. Los camarotes los ocupaban comerciantes de Santa Fe, jugadores, especuladores, y aventureros de diversos pelajes. En cuanto a la proa, se hallaba atiborrada de emigrantes hacia Oregón, hombres de la montaña, y también negros, y un grupo de indios kansas que venía de visitar S. Louis".
Ahí comenzaba su aventura, y la mía como lector. Poco sabía entonces que me iba a llevar por derroteros inimaginables, muy lejos de las extensas praderas que parecían esperarnos a Parkman y a mí. Esta primera parte de mi relato iba a tener poco que ver con lo que después vendrá.
14 comentarios:
Parkman parece un aventurero de los de la vieja escuela; vamos de los que arriesgan el pellejo, no de los de ahora, que llaman así a cualquiera repleto de GPS y medios.
Embelesado me dejaste con las aventuras que nos esperan. Siempre me atrajo el lejano oeste. Precisamente estoy buscando para comprar y leer Meridiano de sangre de Cormac McCarthy que se basa en ese periodo y lugar.
Hemos coincidido hasta en el regreso a la blogosfera tras un buen descanso.
Acabo de llegar de viaje y me encuentro embarcado y expectante de nuevo. No conocía a Parkman, habrá que explorarlo también.
Un abrazo.
Parece una lectura imprescindible, emborrachante...
Me haré con el libro apenas pueda.
Un abrazo!
Hay personas que no saben estarse quietas en un lugar, es como si algo las llamase a caminar continuamente para ver lo que hay más allá y por lo que veo Parkman era de esas personas.
No leí ese libro así que estaré encantada que tú nos lo vayas relatando.
Un abrazo
¡Que alegría encontrarme de nuevo con uno de tus relatos! Pero me supo a poco, así que espero la continuación. No tardes.
Toda la época de colonización americana está llena del sabor de la aventura, del mestizaje, del tesón de hombres y mujeres en luchar por abrirse camino...¡Me gustan esas historias, esas películas...!
Un abrazo y quedo esperando.
Observo con alegría que la paternidad no te ha restado nada de tu potencia a la hora de narrar (y te aseguro que te será muy útil...), y nos dejas, como acostumbras, con la miel en los labios y un intenso deseo de saber más. Un beso enorme.
Os agradezco a todos vuestros comentarios, pero como podréis imaginar llevo una temporada con el tiempo muy ajustado. Así que espero sabréis disculpar que nos os reponda personalmente.
Un abrazo y salud
me recuerda a Marcial Lafuente Estefania
Mis sobremesas de domingo infantil se basaban en la sesión de cine, 3 pesetas, el noventa por ciento de las películas eran "de vaqueros"; en ellas se forjaron muchas de mis primeras ansias de aventura, de juegos, de valores...
Pasados muchos años me doy cuenta que exceptuando la revisión de clásicos fílmicos del Western y algún libro editado por Olañeta, ha sido un género que por alguna razón que no alcanzo a comprender he apartado injustamente.
Quizás sea tiempo ya de volver a él, y que mejor que con esta sugerencia que nos haces.
Espero ansioso la continuación.
Salud a toda la familia.
:-) Se que ahora estás muy ocupado, pero no estaría mal que de vez en cuando te asomaras por estos mundos bloggeros.
Un abrazo
Nads Charles, que pasaba por aquí, y recordarte que seguimos a bordo del Radnor, un abrazo.
Queridos Leo y Vere, gracias por vuestro interés. Espero volver pronto; en cuanto acabe de organizarme con el nuevo y ruidoso inquilino que tengo en mi casa; en cuanto entregue las galeradas del libro que espero ver publicado hacia mayo; en cuanto me recupere de una incómoda dolencia infecciosa que me ha tenido fuera de juego algo más de una semana; en cuanto mi jefe me de un respiro; y sobre todo, en cuanto recupere una migaja de inspiración, la suficiente para contaros algo coherente y de interés. A pesar de tantos en cuantos, espero, como he dicho, volver por aquí pronto.
Mientras tanto, gracias por estar ahí.
Salud
Espero que todo esté yendo muy bien. Un beso enorme a los tres.
Bueno, todo llega. Con "algo" de retraso, pero por fin he podido ponerme a leer tu entrada. Me pasa siempre lo mismo. Dejo lo mejor para el final y luego me cuesta mucho encontrar tiempo.
Y claro, es venir aquí y engancharse irremediablemente...
Esta vez a Parkman y su viaje a Oregón; dentro de unos minutos, a la segunda entrega...
¡Qué lujo es tenerte entre mis blogueros!
Un abrazo a los tres.
PD. No es seguro pero, a lo mejor, en junio, vamos un par de días a San Sebastián. Por supuesto, pararemos en Bilbo y si hay tiempo para un café, será un auténtico placer conoceros.
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