domingo, 9 de enero de 2011
Indomable
miércoles, 5 de enero de 2011
Hago memoria
¿Te acuerdas de mí? -. Ayer recibí un sms con esa pregunta acompañada de la fotografía de una talla en madera de un monaguillo postulante. Como no. Claro que me acuerdo, amigo Josan. A pesar del tiempo pasado, no me ha costado nada volver allá y recuperar ese recuerdo con todo el color, sabor y textura con el que fue depositado en mi memoria.
Bastaba con una imagen, o unas pocas palabras, para revivir aquellos primeros años de lo que entonces llamábamos la EGB. Eran tiempos aquellos de misa y confesión semanal –y todos los primeros viernes de mes-, de curas de maneras trabucaires dirigiendo las aulas, y un temor supersticioso por la legión de peligros que acechaban a nuestras débiles e inocentes almas.
Es difícil imaginar lo que no se ha vivido, y más aún evocarlo para quien lo ha hecho. Por eso, me resulta sumamente complicado reflejar sobre el blanco del papel al que ahora me enfrento, todos y cada uno de esos cientos de miles de segundos que agradecíamos haber perdido sin recibir un solo golpe, puñetazo o tirón de orejas, acompañado de comentarios llenos de odio y rencor, carentes de cualquier sutilidad.
Y es aquí donde entra en escena el pobre y eterno postulante. Semejante método pedagógico impartido por aquellos santos hombres no podía tener otro resultado que el de hacernos creer a nosotros, cerebros tiernos y poco formados, que eran esas las reglas universales que regían las relaciones de cualquiera de nosotros con nuestro entorno: el garrotazo y tente tieso.
Así pues, nos acostumbramos a devolver de la misma manera todo lo que recibíamos, y si era un golpe a mano abierta lo que nos llevábamos, corríamos cuando saliamos de clase a la parroquia del centro de la ciudad, y colocándonos uno detrás de otro frente a la talla del tal monaguillo, le íbamos devolviendo uno a uno, y con sonora brutalidad, lo que nos habían dado.
Como no me voy a acordar de ti…
Hace ya un tiempo que ha dejado de sonar “Walk on the wild side”. Tengo los pies fríos y poco más que contar. Años después, hemos vuelto en varias ocasiones a aquél lugar, imagino que en parte queriendo redimirnos de aquél pasado de brutalidad. Religiosamente depositamos unas monedas en la urna que mantiene entre sus manos, y recordamos aquellos viejos y lejanos tiempos.
Decía Renan que no se debería escribir mas que acerca de aquello a lo que amamos. Que el olvido y el silencio son el castigo que damos a todo aquello que nos resulta triste o desagradable en nuestro camino a lo largo de la vida. Pero para mí que la memoria hace sus trampas y, de mismo modo que la luz azulada de esta mañana se entremezclaba con el verde y marrón de los árboles, los oscuros rincones en los que habitan algunos de nuestros recuerdos van iluminándose con el paso del tiempo hasta quedar velados por un manto de tal claridad que apenas puede distinguirse en ellos forma alguna.
Termino. Si comenzaba hablando de música, acabaré del mismo modo y recordando una vez más.
Un amanecer de hace apenas dos semanas, me despedía de Saint Malo desde lo alto de sus murallas. Todavía no había amanecido, y al silencio del momento sólo acompañaba el batir de aquellas aguas contra las paredes de la ciudad, produciendo un sonido tan fuerte y hueco que parecía ir dirigido a lo más profundo de nuestros sentidos. Frente a mí, rodeada por el mar, la isla de Grand-Bé, donde yace desde hace más de siglo y medio el cuerpo de un escritor que quiso descansar para la eternidad frente a aquél inmenso océano. “Un gran escritor francés ha querido reposar aquí, para no escuchar otra cosa que el mar y el viento”- dice una lápida que hay frente a su tumba.
Y pensando en todo esto, mientras tomaba una última imagen del momento, di en pensar que compartía con él ese deseo, porque en cierta manera, ese es el tipo de silencio –y de soledad-, que mejor sabe calmar las inquietudes de nuestro espíritu.