miércoles, 13 de julio de 2011

E il naufragar m'è dolce in questo mare

Recuerdo haber estado hace casi un año a la orilla de un imponente río cuyo caudal se desplazaba perezosamente hacia la lejanía. Terminaba el día y el sol comenzaba a ocultarse tras unas suaves colinas que asomaban al frente. Un delicado velo de tonos dorados cubría la superficie, acompañando con sus movimientos a los pasos de la brisa. En ocasiones, ambas se enredaban, formando minúsculos remolinos o salpicándose mutuamente. En esa ruptura –pensé- está la belleza.

Por una lógica asociación de ideas, identifique en aquél momento a ese río con otro que era el protagonista del libro que me acompañaba: una apasionada historia del Blues, llena de vivencias y sonidos remotos. Pero aquél día, frente al Loira, me parecieron menos lejanos de lo que se pudiera esperar. Era, indudablemente, el estar en su lectura lo que me llevaba a perder mis pensamientos en estas afinidades.

Pasado casi un año, todavía guardo en la memoria ese momento tan confortable. Y pienso, ahora que voy a cerrar este cuaderno, en que, en cierta medida, no debe ser el desaliento lo que lo justifique. Gracias a todo lo que en él he contado podré regresar, revivir e incluso reinterpretar aquello que, en algún momento, tuvo algún valor para mí.


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